The Equalizer (El Protector): Denzel Washington a las ordenes de Antoine Fuqua [Crítica]

The Equalizer (El Protector): Denzel Washington a las ordenes de Antoine Fuqua [Crítica]

El realizador nacido en Pittsburgh, Pensilvania, EEUU, Antoine Fuqua, pertenece a ese grupo de cineastas regulares que pueblan la industria del cine de su país. Sin llegar a ser considerados como “autores” (en el sentido de contener un discurso fílmico concreto, inequívocas señas de identidad o exhibir una personalidad apabullante, rasgos identificables rápidamente para complacencia del cinéfilo más avispado), resultan ser artesanos hábiles que nos ofrecen productos resueltos con oficio e inteligencia. En ese sentido, los filmes de Antoine Fuqua, encierran no pocas cualidades y contienen algunos atractivos puntos en común. Fuqua es para el thriller o el actioner actual (que languidece, salvo alguna honrosa excepción, de enfermedad cuasi terminal), lo que han supuesto realizadores como Richard Fleischer o Walter Hill, para el género en los años 70 u 80. Hill parece no haber perdido su toque, como nos demostró el pasado año con la magnífica Una Bala en la Cabeza (Bullet to the Head, EEUU, 2013), pero esa es otra historia.
The Equalizer marca un proceso inverso al que parece vivirse en la actual industria del cine estadounidense. Asistimos estos días a las consecuencias de una masiva emigración de los grandes talentos del cine más reciente hacia las producciones para la pequeña pantalla (así, por ejemplo, podemos ver, perplejos, como Joe Dante dirige un capítulo de Hawai 5.0), o, al menos, a una compatibilización de ambas trayectorias. Este último el caso es el de David Fincher, que filma episodios de la excelente serie House of Cards (Netflix, 2012-), y estrena en cine un thriller inmenso como es Perdida (Gone Girl, EEUU, 2014). La más reciente película de Antoine Fuqua, por el contrario, adapta para la pantalla grande, un éxito televisivo de los 80, que se expandió durante cuatro temporadas. Paradójicamente, The Equalizer, la serie, fue manufacturada en unos años, donde se adaptaron para el cine, a su vez, emblemáticas series de televisión. Para enredar aún más el fenómeno, series tan atractivas como Gotham (Warner, 2014-) o Fargo (FX- 2014), apuestan por la reinterpretación de éxitos más o menos recientes de la gran pantalla. En otros casos, finalmente, las series de televisión, pese a ser concebidas para ese medio, poseen estructuras narrativas más próximas a las del largometraje para el cine. Es el caso de la formidable primera temporada de True Detective (HBO-2014), y de Boardwalk Empire (2010-2014), excelentes trabajos cinematográficos diseñados para la pequeña pantalla y para arrasar temporada tras temporada.
Denzel Washington en "The Equalizer"
Denzel Washington va sobrado de habilidades en este film
The Equalizer, el filme, marca, de igual modo, el reencuentro entre el realizador Fuqua con la superestrella Denzel Washington. Ambos coincidieron en un magnífico filme de principios del milenio, Día de entrenamiento (Trainning Day, EEUU, 2001). El filme, que colocó a Fuqua en primera línea, y le otorgó a Washington su segundo Oscar, dejaba claro, sin el menor espacio para la duda, que el realizador afroamericano estaba formidablemente dotado para la planificación, para la graduación y el equilibrio entre el in crescendo dramático y el punto de ruptura climático. Un filme ejemplar, que transcurre durante un día cualquiera en la vida de dos policías de Los Ángeles, situados a ambos lados de la ley. Washington estaba inmenso y llena la pantalla, pero Ethan Hawke, su compañero novato, le daba la réplica en una composición memorable, que lo llevó a las puertas del premio de la Academia. Con Día de entrenamiento, Antoine Fuqua dejaba atrás los mal sabores de sus dos primeros films: Asesinos de Reemplazo (Replacement Killers, EEUU, 1998), su desastrosa opera prima, un nefasto thriller, remake casi punto por punto de The Killer (Hong kong, 1989), el filme de culto de John Woo, y de Bait (EEUU, Canadá, Australia, 2000), una prescindible comedia de acción al estilo de Eddie Murphy, al servicio del histrionismo de Jamie Foxx.
El refinado gusto de Fuqua por el thriller puede verse en Los Amos de Brooklyn (Brooklyn Finest, EEUU, 2009), una obra de madurez. La mejor película de su realizador, es un soberbio mosaico urbano, de estructura narrativa claramente influida por la serie The Wire (HBO, 2002-2008), pero también en la línea de recientes policíacos como American Gangster (EEUU, 2007), de Ridley Scott, o Cuestión de honor (Pride and Glory, USA, 2007), de Gavin O’Connor, cuyos territorios hace unos años eran transitados casi en exclusiva por el gran realizador Sidney Lumet, con su prodigiosa El Príncipe de la Ciudad (Prince of the City, EEUU, 1981) a la cabeza. La película de Fuqua es una suerte de short cuts, o historias cruzadas, a lo largo de 132 minutos, donde asistimos al proceso de solaparse las vidas y destinos de tres policías de Nueva York, que pululan alrededor de una gran redada que se prepara contra una red de narcotraficantes. Por un lado está Eddie (comedido, aunque definitivamente inapropiado Richard Gere, sin duda una de esas concesiones al star system que permiten la viabilidad de un proyecto), veterano agente al que le quedan unos días para el retiro; El segundo pilar es Sal (Ethan Hawke, en el reverso de su anterior papel para Fuqua), un agente corrupto dispuesto a hacer sin miramientos todo lo necesario para proporcionar una vida cómoda a su esposa, embarazada de gemelos, y a sus tres hijos. El tercer eje de la narración es Clarence (brillante Don Cheadle), un agente que lleva infiltrado en la banda que persigue desde hace tanto tiempo, que tiene un importante conflicto de lealtades, porque su mentor en el mundo del hampa le salvó la vida en una ocasión. Rodada en un loable ejercicio de contención formal, con un gran peso en los diálogos, la tensa cadencia que se respira en las primeras dos horas, explota en los quince minutos finales de manera ejemplar. El personaje de Eddie recuerda en más de un aspecto al interpretado por George C. Scott del excelente filme Los Nuevos Centuriones (The New Centurions, EEUU, 1973), de Richard Fleischer. La obtención de su redención personal a través de un acto violento, aproxima a Eddie, en un momento determinado, al Travis Birkle de Taxi Driver (EEUU, 1976), de Martin Scorsese
Marton Csokas en "The Equalizer"
Marton Csokas es el malo de “The Equalizer”
El Tirador (The Shooter, EEUU, 2007) y Objetivo: La Casa Blanca (Olympus Has Fallen, EEUU, 2013), son dos actioners (entendida la acepción como películas que contienen tramas ligeras y rápidas, salpicadas por escenas de violencia), que parecen transportados al presente milenio, directamente desde los años 80. La primera, protagonizada por Mark Whalberg, podría haber encajado perfectamente en la filmografía de Chuck Norris, junto a Código del silencio (Code of Silence, EEUU, 1985) de Andrew Davis, o Delta Force (EEUU, 1986), de Menahem Golam. La segunda, protagonizada por Gerald Butler, parece surgir de la mezcla del modelo iniciado con La Jungla de Cristal (Die Hard, EEUU, 1989), de John McTiernan y una de las trepidantes temporadas de 24 (Fox, 2001-), donde un grupo armado de terroristas de un país africano, irrumpían en la Casa Blanca en Washington D.C.. Dos películas ligeras, pero muy bien rematadas por Fuqua.
Con Lágrimas del sol (Tears from the Sun, EEUU, 2003) y Rey Arturo (King Arthur, EEUU, 2004), Antoine Fuqua se apartó temporalmente del thriller urbano y se adentra en el cine épico y de aventuras, sin abandonar el sacrificio o el código del honor. Se trata de dos propuestas fílmicas bien diferentes, ambientadas en épocas y lugares casi antagónicos, pero con estructura temática y objetivos paradójicamente comunes. En ambas películas hay un héroe estoico, a su pesar, destinado a equilibrar la balanza, a socorrer a los oprimidos del entorno social donde se encuentra o al que se dirige. Tanto Waters como Arturo, respectivamente Bruce Willis y Clive Owen en las dos películas citadas, deciden, contra su objetivo previamente trazado, ayudar a los desfavorecidos, a merced de hordas salvajes, en medio de un agitado viaje, tan geográfico como emocional. En ambas películas hay, como decíamos, un código de honor, unos principios a preservar al coste que sea y un fascinante itinerario hacia la redención personal, aunque nunca en unos términos tan caóticos, catárquicos o existenciales como los recorridos propuestos por cineastas de la talla de Paul Schrader o John Milius, auténticos maestros en el arte del inserto de la redención como formula narrativa.
The Equalizer es un nuevo eslabón en el género del thriller urbano. Fuqua navega entre el cine de justicieros con la saga Death Wish, para mayor gloria de Charles Bronson, a la cabeza, y el género de superhéroes, de esos que pueblan hoy las carteleras y nos arrastran a la taquilla masivamente. Robert McCall no tiene súper poderes, pero casi. McCall es un hombre de mediana edad, metódico, tranquilo, ávido lector, afable conversador, que se gana la vida trabajando en un centro comercial dedicado al bricolaje y pasa su vida en un tranquilo barrio de Boston. Conoce a una joven, Terri (Chloë Grace Moretz) que hace la calle, y se encuentra fatalmente enredada en una red de prostitución que no es más que uno de los muchos tentáculos de la mafia rusa en la costa este del país. Lo que comienza como una especie de sucedáneo del motor vital de Travis Birkle, el protagonista de la citada Taxi Driver (como parte de esa limpieza de la corrupción que asolaba la ciudad de Nueva York, el taxista decidía liberar a una niña prostituida, interpretada por Jodie Foster), rápidamente se complica. Los proxenetas rusos (ejecutados de una forma implacablemente metódica, tras rechazar 9500 dólares ofrecidos por McCall por la libertad de la chica) son la cúpula visible de la mafia rusa que opera en el centro neurálgico que es Boston. La ejecución paraliza actividades delictivas de millones de dólares. La trama mezcla a la peligrosa mafia eslava, con policías corruptos, o agentes de indeterminadas compañías gubernamentales de espionaje. La narrativa alterna secuencias pausadas, pero necesarias, hábilmente trufadas de oportunas citas literarias. El filme se abre con unas palabras del escritor Mark Twain: “Los dos días más importantes de tu vida son en el que naciste y en el que descubres porqué”. McCall ha nacido para equilibrar la balanza entre el bien y el mal, para dar la oportunidad a algunos de hacer lo correcto, para eliminar del ecosistema a aquellos que no tienen redención posible. En el cara a cara previo al ajuste final, McCall le dice a Teddy, el villano ruso, enviado para resolver la muerte de los gangsters y encontrar al ejecutor: “He hecho cosas en mi vida de las que no me siento orgulloso y prometí a alguien, a quien quería muchísimo, no volver a ser ese hombre jamás. Pero por usted voy a hacer una excepción”.
Chloë Grace Moretz en "The Equalizer"
Chloë Grace Moretz  no hace esta vez de chica patea traseros.
A diferencia de ciertos convencionalismos en el guión estadounidense, las aptitudes del héroe nos son mostradas, no como un apunte académico, sino después del despliegue de sus habilidades, como si el momento de dicha revelación fuese un arco argumental de la historia. Enseguida comprendemos, como le pasaba al protagonista de Una Historia de Violencia (A story of Violence, EEUU, 2005), de David Cronemberg, que habría sido más sensato no molestar al protagonista y comportarse respecto a él de modo inofensivo. McCall, como Tom Stall (el personaje de la citada película de Cronemberg) o el asesino Lorne Malvo (Billy Bob Thorton) de la también mencionada serie Fargo (FX, 2014-), son personajes con los que es mejor no tropezar, y si lo hacemos, hay que dejarles seguir su camino, sin la menor estridencia, sacrificando, si es necesario, el orgullo pisoteado. Resulta, en este sentido memorable, en la mencionada serie de televisión antedicha, el encontronazo de Malvo con el agente Gus Grimly (Colin Hanks), en el magnífico episodio piloto de la serie. Malvo, al ser interceptado por exceso de velocidad en un rutinario control nocturno de carretera, le argumenta al agente Grimly las razones acerca de por qué debería irse a su casa con su hija y permitirle irse: “…Hay caminos que es mejor no recorrer… porque antes en los mapas ponía “ahí dentro hay dragones” y ahora ya no. Pero eso no significa que no haya dragones… deje que le diga lo que pasará… agente Grimly. Voy a subir la ventanilla y luego me largaré y usted volverá a casa con su hija y de aquí a unos años podrá mirarle a la cara y saber que sigue con vida porque cierto día eligió no tomar cierto camino y prefirió quedarse en la luz y no adentrarse en la oscuridad. ¿Lo ha entendido?”.
McCall, Stall y Malvo son, en definitiva, personajes complejos, oscuros, el reverso más terrible de la sociedad contemporánea; aparentemente tranquilos, pero capaces de desatar un auténtico infierno de caos y violencia salvaje a su alrededor.
Con The Equalizer, un producto diseñado en un principio para Russell Crowe, pero felizmente redefinido para Denzel Washington, Antoine Fuqua muestra su comodidad con el actioner de siempre. La historia de un personaje de cierta complejidad moral, es narrada por Fuqua de un modo sencillo, sin ambigüedades, con el objetivo de entretener. En la modestia del planteamiento radica la eficacia del resultado. Cierto es que ocasionalmente se regodea de un modo un tanto excesivo en el uso de la cámara lenta, y en cierto manierismo visual, sobre todo en los instantes inmediatamente previos al estallido de violencia, pero no lo es menos que tales actos define al personaje. Esos actos inmediatamente anteriores y preparatorios de la acción, esa capacidad del personaje central de observación de los detalles a su alrededor, antes de golpear o matar, marcan el despliegue de la acción, paradójicamente menos elaborada.
Secuencias como la primera conversación de McCall con Terri en la cafetería nocturna, donde la novela el Viejo y el Mar, de Ernest Hemingway se intercala armónicamente en la conversación, o el enfrentamiento final con Teddy (excelente villano Marton Csokas) y los suyos en el centro comercial donde McCall trabaja, que termina con una lluvia interior redentora (los aspersores de seguridad de la nave industrial), o el epílogo en Rusia, donde la salida del protagonista de la casa del Capo ruso deja bien claro el reguero de cadáveres que el protagonista ha sembrado fuera del plano, marcan la contundencia y eficacia de este producto comercial, desprovisto de otra pretensión que no sea la de entretener y arrancar cierta satisfacción al espectador de este tipo de producciones. No es poco.

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