Crítica de ‘1917’: Terror bélico
Ha llegado a nuestras pantallas la epopeya bélica de Sam Mendes, director de cintas premiadas como American Beauty o Camino a la Perdición. Inspirado por las historias que le relataba su abuelo, veterano de la Primera Guerra Mundial, el creador de la cinta nos sumerge en un aspecto distinto del conflicto que sacudió las postrimerías del Siglo XX. Otros compañeros críticos la calificarán como una película perteneciente al género bélico. Muchos de hecho aseguran ser la mejor que se ha realizado desde “Salvar al Soldado Ryan” (Steven Spielberg, 1998). Este es el típico debate en el que se podría argüir que en los últimos años, por ejemplo, hemos tenido Dunkerque, de Christopher Nolan, y el año pasado, con el biopic de Tolkien también se realizaba un repaso a esta Guerra, que de hecho, inspiró al escritor para la creación de su imaginario de la Tierra Media.
¿Qué tienen en común estas tres películas? De alguna forma, la Guerra está presente en ellas, pero de formas distintas. Dunkerque es el reflejo de una batalla muy concreta que además supone un punto y aparte en cuanto a la intervención de los Estados Unidos en la lucha contra el Nazionalsocialismo; en Tolkien (Dome Karukoski, 2019) nos relata el impacto emocional, físico, y psicológico que supuso el conflicto para toda una generación de jóvenes británicos y en especial para la mente de un gran creador literario. Y 1917 completa una especie de tríptico que resalta por su originalidad en el sentido de que no buscan que el espectador sea un soldado más que dispare desde la trinchera, o mostrarnos cómo una bala de gran calibre destroza cuerpos humanos. Se busca otra cosa; mostrarnos el resultado de lo que la guerra genera. Ante la idealización de lo que supone alistarse en el ejército, ver mundo y alcanzar una supuesta gloria en el campo de batalla, Sam Mendes, Nolan y Dome Karukoski nos transmiten el terror, el miedo que deja tras de sí. Y de estos tres, Mendes lo consigue de forma magistral.
Evidentemente, el contexto es importante. Y 1917 nos traslada al fragor de uno de los múltiples enfrentamientos. Por supuesto que hay disparos y bombas y aviones que se estrellan. Pero esto no es lo importante. La cámara aquí conduce al espectador directamente a un género que muy pocos se esperarían dentro del contexto de una guerra. Quizás porque estamos acostumbrados a productos como Pearl Harbor o Tora Tora Tora!! o la reciente Midway, cintas en las que prima la acción pura sobre el drama humano. Y seguramente si se pregunta al espectador medio, este dirá que lo que tiene que haber en una película bélica es acción. Pero ahora llega Sam Mendes para narrar justamente todo lo contrario y mostrar que en una guerra hay miedo, hay muertos; también hay castillos en ruinas, oscuridad, y algún que otro fantasma.
La premisa de 1917 es muy sencilla en su planteamiento. Dos jóvenes soldados reciben la misión de atravesar la trinchera enemiga para entregar un mensaje urgente del que depende la vida de miles de soldados aliados. Los dos protagonistas habrán de llegar del Punto A al Punto B, atravesando trincheras, bosques, aldeas abandonadas y superando numerosos avatares por el camino. Hasta aquí parece el argumento de una cinta de acción o aventuras normal. Pero es que en esta cinta lo importante no es la trama en sí. Lo fundamental es como esa sencillez narrativa se transforma en una obra audiovisual de gran impacto que debería ser estudiada en escuelas de cine por el uso de la simbología en la imagen. Vayamos por partes.
1917 consta de dos actos diferenciados y se nos recuerda con claridad con un fundido a negro en un momento dado. Por lo que la cinta no se compone en un único plano secuencia, sino en dos bien diferenciados para mostrarnos dos películas diferentes en una. La primera parte nos relata el inicio de una misión de la que seguramente no haya viaje de vuelta. Partimos de la trinchera de soldados ingleses para atravesar la del enemigo alemán. Un camino marcado por el silencio, los parajes desiertos repletos de huellas de dolor y destrucción (un tanque volcado, casquillos de balas), pero también es un gran páramo en el que la muerte hace acto de presencia. La muerte es el elemento que guiará los pasos de los protagonistas en su viaje ¿iniciático? hacia la salvación de sus compatriotas.
Y este es el primer símbolo del terror que nos encontramos. Los cadáveres que riegan la senda de los protagonistas como si fuera un gran cementerio sin lápidas; las ratas comiendo la carne putrefacta, los cuervos que devoran los cuerpos caídos en una charca, todo ello en días grises, con una luz débil. El cementerio que también lleva a lugares tenebrosos, como los dormitorios de la trinchera, donde solo vemos lo que alumbran las linternas de los protagonistas. Percibimos que hay sacos pequeños colgados de las camas de hierro oxidadas, pero no sabemos qué puede haber en esos sacos (¿podría salir un terrible psychokiller tipo Leatherface con una sierra mecánica y mutilar a los soldados y guardar su carne en esos sacos?).
El otro gran símbolo son las ruinas que pueblan en todo momento la atmósfera de la película, especialmente las del pueblo en el que comienza la segunda parte de la cinta, partiendo del terror una vez más para llevarnos poco a poco al interior del elemento bélico. Un pueblo destruido, con restos de construcciones de piedra y rodeado de llamas. Del fuego emanan sombras, y nuestro protagonista huye de las mismas como un niño corre tras la visión de un monstruo (un momento que guarda una especial conexión con la película Dunkerque, en la que no se ve al enemigo en ningún momento y solo se es consciente de su presencia detrás de los protagonistas como fantasmas). Una segunda parte de la película más tradicional pero igualmente emocionante en la que vemos que no solo hay muerte y oscuridad, también hay luz y vida (el árbol en el que el protagonista se tumba para dormir y encontrar la paz del hogar al que añora regresar).
1917 no es una película de guerra al uso, es una cinta de terror enmarcada en el contexto de la guerra que se suponía iba a acabar con todas las guerras. Y pertenece al género de terror porque refleja el mal que anida dentro del ser humano que, cuando se empeña, es el peor monstruo de todas las pesadillas imaginables.