Mica Levi, o Micachu -que no Pikachu-, se ha prodigado poco en el cine, y muy recientemente, pero sus dos participaciones han sido tan iguales como reconocidas. Si en Under the skin (Jonathan Glazer, 2013) era una con la propia protagonista, convirtiéndose en el centro de una extraña película; en Jackie se agarra con tal fuerza a la Kennedy, que le revuelve hasta la última gota de sangre de una mujer tan retorcida y confusa, como vanidosa y dolorida. Si en la primera consiguió, entre otras, la nominación al BAFTA, en Jackie sube hasta lo más alto en lo que a reconocimientos se refiere.
Pablo Larraín dice de la compositora británica que entiende muy bien que la imagen, el sonido y la música deben ir por separado para crear un concepto diferente. Esto está bien mientras que uno de esos elementos no supere al resto, como es el caso de la música de Mica Levi. Tal es su superioridad que lleva a la película a su terreno, arrasando con todo lo que toca. Se impone con tanta fuerza que el resto de elementos no tienen más que buscar su forma de destacar, hasta el límite del manierismo. Es tan desconcertante su impacto que si la actuación de Natalie Portman no hubiera sido excelente, la música se la hubiera comido, literalmente. Y es que, otra cosa no, pero las notas de Levi tienen una experimental y poderosa capacidad roedora que alcanza las más profundas de las entrañas psicológicas.
Lágrimas, vacío, vanidad, autopsia. Palabras que ponen título a los diferentes temas y emoción a un personaje desequilibrado por la vida, que encuentra su mayor desequilibrio en la música de una mujer que viene pisando… demasiado fuerte. Pero una cosa es la imagen, otra el ruido, otra la música y otra los premios.