El realizador natural de Houston, Texas,
Richard Linklater, vuelve a mostrar con Boyhood su particular
obsesión por capturar el deslizamiento del tiempo y su incidencia en las vidas y relaciones de sus personajes. Ya en las películas protagonizadas por
Ethan Hawke y Julie Delpy, su por el momento, trilogía,
“Antes de…”, vemos a sus protagonistas, en tres décadas diferentes, en otros tantos estadios de su relación, con importantes elipsis entre unos y otros largometrajes.
A partir del verano de 2002, después de dedicarle un año entero a la confección del guión y a la preproducción, Linklater se ha propuesto filmar el devenir de la vida en una sola película, que ha sido filmada a lo largo de 12 años. Para emprender la tarea, el realizador se rodeó de un selecto equipo técnico y actoral (entre los que figura su propia hija Lorelei Linklater, que interpreta a la hermana del protagonista). Igualmente, se contó con un ajustadísimo presupuesto, empleado para rodar la película en celuloide y para abonar a los actores el mínimo estipualdo por su sindicato (Screen Actors Guild). La financiación vino proporcionada por el IFC (Independent Film Channel), el canal de televisión por cable, parte del conglomerado AMC Networks. Los integrantes del equipo se reunen esporádicamente, filman alguna o algunas secuencias, se vuelven a ir a sus respectivos proyectos y obligaciones y regresan al año siguiente cuadrando las agendas. Resulta increíble que no exista un precedente similar en la historia del cine. Es cierto que en la trilogía mencionada sobre Jesse y Céline, Linklater ya dejaba claro su deleite en esa idea de filmar a unos personajes en el tiempo. Cierto es igualmente que el director Francois Truffaut rodó varias películas con el personaje de Antoine Doinel, así como Lindsay Anderson (realizador e historiador que llegó a ser amigo personal de Linklater) hizo lo propio con el personaje de Mick Travis. Sin embargo, jamás se había diferido un rodaje durante tantos años, fundamentales, por otra parte, en el tránsito de la infancia a la adolescencia y juventud. Entre secuencia y secuencia de Boyhood, Linklater ha rodado nada menos que ocho películas, algún cortometraje y algunas producciones para television.
Durante el visionado de
los 165 ágiles minutos de Boyhood, asistimos al periplo vital de Mason, que al comienzo de la cinta tiene siete años y al final diecinueve. Mason es hijo de padres divorciados. Vive con su madre Olivia y su hermana Samantha. Al inicio, después de una preciosa reflexión acerca de dónde viene las avispas, asistimos a una discusión entre Olivia y un novio (relación con clara fecha de caducidad), un joven que no lleva nada bien eso de tener que compartir el tiempo de ella con sus hijos. Para el novio, ella utiliza los hijos como pretexto para no verse ni salir. Para ella, él tiene una vida inmadura y sin responsabilidades. “
Yo era la hija de alguien y ¡joder!, ¡de repente soy madre!” se defiende Olivia.
Linklater coloca a Mason en el plano, junto a los adultos, o escuchando la discusión, que transcurre en off visual. Queda claro que
las reglas narrativas de las próximas dos horas y media pasan por el hecho de que
los adultos van a ser vistos siempre desde la óptica de su joven protagonista.
|
Patricia Arquette |
Olivia decide mudarse a Houston, donde podrá regresar a la Universidad, terminar sus estudios y darle una vida mejor a sus retoños, ayudada por su madre, que vive en la capital del estado de Texas. El padre biológico, Mason Sr., ha tenido una vida un tanto bohemia y despreocupada. Se ha ido a Alaska a vivir, regresando a la existencia de sus hijos después de año y medio, cuando éstos y su familia ya se han mudado a Houston. Trata de sentar la cabeza cerca de sus hijos y asumir unas obligaciones que, hasta entonces, había eludido porque, según él, “necesitaba un respiro”. En un principio trata de reconquistar a Olivia, lo cual ilusiona a los niños, muy encariñados enseguida con su padre. Sin embargo, tan idílica situación no es posible. El cisma de la ruptura y sus motivos, permanecen de un modo cristalino en la mente de Olivia. En una de las visitas de Mason Sr. con sus hijos, Samantha le dice que, de los tiempos de la vida en familia, solo recuerda que “…tú gritabas mucho y ella lloraba”.
Asistimos durante el filme a cierto desfile de parejas de la madre, siempre filmadas desde la óptica incidental en la esfera de Mason y su hermana, a retratos del reencuentro entre el padre y los hijos, y al crecimiento del protagonista, sus primeros amores, los primeros desengaños, y cómo va forjándose su carácter, su personalidad, las aficiones, su orientación profesional (en concreto su passion por la fotografía), o el enfrentamiento a la “ética del trabajo”. En definitiva todo ese proceso al que los seres humanos nos enfrentamos, para tratar de encontrar nuestro lugar en el mundo.
Este puzzle secuencial forma los retazos de la evolución física y mental del joven Mason, un conglomerado de instantes vitales,
eslabones de la cadena de una vida, que el guionista y realizador filma con
notoria contención,
sin buscar estridencias o “grandes momentos” de lucimiento. Tal opción hace que esos instantes fluyan con una
naturalidad y una convicción apabullantes. La
influencia de cineastas europeos clásicos de la talla de Roberto Rossellini, Eric Rohmer, Alan Resnais o de Michelangelo Antonioni, o de los mencionados Truffaut y Anderson, quedan patentes a lo largo del relato. Linklater comparte con los mencionados maestros del cine, su
interés por captar la serenidad, la cotidianidad, así como por filmar aquellas circunstancias (el hastío, la falta de entendimiento) que desgastan irrevocablemente una relación de pareja. El director consigue en este recorrido,
instantes de absoluta grandeza cinematográfica. Esa eficacia viene avalada por, entre otras, la secuencia donde Mason pasea calle abajo con su amiga del colegio (ella lleva una bicicleta, pero camina con él). Se trata de una conversación de unos minutos donde hablan de
Desayuno de campeones, de Kurt Vonnegut a
Matar a un ruiseñor, de Harper Lee, o sobre lo cursis que son las novelas de la saga
Crepúsculo. De literatura, pasan a temas más cotidianos, del estilo vas a ir a la fiesta, o a esa chica le gustas. Magníficas son igualmente todas aquellas escenas de conversación entre Mason y su padre, a veces solo, otras con la presencia de Samantha. El hábil modo que tiene el padre de reestablecer la relación perdida: él les dice que no quiere ese “rollo formal” de comunicación entre padre biológico e hijos que se ven cada cierto tiempo (los tres concluyen que deben dejar que poco a poco las conversaciones fluyan con más naturalidad); la charla sobre el sexo y el uso de anticonceptivos cuando Samantha le confirma que tiene novio (el padre comienza poniéndole el ejemplo de la hija de Sarah Palin);
los consejos a Mason sobre como conquistar a una chica, en concreto cómo marcar la diferencia respecto a los demás chicos; sobre la relación con la naturaleza en la bellísima secuencia de la acampada; o la divertida especulación sobre el siguiente episodio de
Star Wars: “
después de El Retorno del Jedi no hay nada”, concluyen. Aquella escena donde el progenitor reflexiona acerca de si Olivia hubiese sido más paciente con él, tal vez continuarían juntos y el jóven le responde que le habría ahorrado unos cuantos padrastros alcohólicos, resulta entre demoledora y conmovedora. Sin embargo la culminación de la grandeza del filme,
la meta en esa incansable persecución de filmar la naturalidad, lo cotidiano, se alcanza en la hermosísima secuencia final, un maravilloso y emotivo broche dorado para un guión que rompe la estructura narrativa clásica. Una escena que, por derecho propio debe figurar entre
lo mejor que Linklater ha filmado hasta la fecha.
|
Ethan Hawke |
El empleo de la música de fondo, el uso de criterios adecuados a la hora de escoger la canción que suena en cada momento, es un instrumento narrativo adicional, pero a la vez clave en el cine de su director. En la banda sonora escuchamos temas de músicos y grupos tan dispares como Cold Play, Sheryl Crow, Bob Dylan, Lady Gaga, Pink Floyd, o Arcade Fire, excelentemente incorporados a la naturalidad de algunos instantes. En ese sentido, resulta especial, no solo por su empleo en el bellísimo trailer promocional, el uso del tema musical del grupo Family of the year, titulado Hero. La canción aparece en el viaje de Mason a la Universidad. Sencillo, directo a las emociones básicas, como la propia película. “no quiero ser tu héroe, no quiero ser tu gran hombre… solo quiero luchar como cualquier otro”, reza su estribillo. Una canción colosal, que permanence en en la mente una vez concluída la película. Por otra parte, la música como tema, está igualmente presente en numerosas conversaciones. Linklater incorrpora astutas reflexiones y aprovecha la inquietud de Mason padre, como compositor. Así, lo vemos cantar, con su compañero de piso Jimmy, que tiene su grupo musical (en concreto una canción que reza “¿volverás a casa, papa?”), o con su pareja Annie, o con los propios niños. En dos momentos determinados de la cinta, comparte con sus hijos, por ejemplo, que determinada canción va de que su mujer le ha dejado (la voz es masculina) y les dice que le encanta porque va directo al grano, sin adornos. En otro instante, Mason recibe de su padre lo que éste llama el disco negro de los Beatles. Le ha grabado una recopilación, siguiendo un orden determinado en las canciones, que, le explica, es “la secuencia musical perfecta”. Mason escucha maravillado a su padre decir que “el equilibrio” convirtió a los chicos de Liverpool en el “mejor puto grupo del mundo”.
Linklater no pierde la ocasión que le presenta el filme, un retrato social, para diseccionar la comunidad en la que Mason vive con su familia (entorno que, por cierto conoce muy bien), y en cómo encara y le afectan diversos aspectos de la historia política reciente. Por supuesto, Irak, el 11-S, muy presente en la vida cotidiana de los estadounidenses, ocupan algunas conversaciones y secuencias muy ilustrativas. Mason Sr. les dice a sus hijos que Irak nada tuvo que ver con Los Atentados, y que si EEUU está en guerra con Irak, es por culpa de “Bush y los estúpidos fanáticos que le rodean”. Samantha le responde que en el colegio le dicen que “Esta guerra es buena porque es mejor prevenir que curar”. El padre les pregunta a quien votarían si pudieran hacerlo. Solventado el debate de que ninguno de los dos niños tienen dieciocho años, el progenitor les dice “A cualquiera menos a Bush”. Las elecciones presidenciales. donde Barak Obama se enfrentó al conservador John McCain, configuran el marco de secuencias como aquella en la que un vecino le dice al joven Mason, de muy malos modos, que no solo no le va a permitir colocar un cartel de “Barak Hussein Obama” en su jardín (el joven se lo ha pedido cortesmente), sino que le advierte de que está en una propiedad privada y que por tanto puede dispararle. La lectura política se complementa con referencias a la crisis económica o lo que un personaje denomina “las mentiras del canal Fox”.
Escalofriante resulta igualmente la gráfica escena, para nunca perder la noción de que nos encontramos en la América del interior, la conocida como “
El cordon de la biblia”, por la confluencia de la religión y el estilo de vida conservador. La escena transcurre en el 15 cumpleaños del joven protagonista. Recibe de los padres de Annie, la novia de Mason Sr., unos regalos. De la madre, una biblia con su nombre impreso en letras doradas y con las frases atribuídas a Dios, escritas en color rojo. Del padre de Annie, el joven recibe una escopeta de cañón doble, perteneciente a varias generaciones de su familia. Después de disparar un rato con él, el anciano le pregunta “¿cómo te sientes, hijo?”.
|
Ellar Coltrane | |
De interés resultan igualmente las reflexiones en torno a las redes sociales. Mason padre le comenta a su hija Samantha que sabe más de ella por su perfil en Facebook, que por lo que ella le cuenta. Mason por su parte, en un momento determinado comenta con su novia Sheena que va a eliminar su cuenta en la mencionada red social, pues a prefiere interactuar con una persona, no con su perfil.
Respecto a los actores que componen el poblado reparto, muy valientes todos ellos, no parece que sean tales, sino que se fusionan eficazmente con sus personajes. Se percibe una especial interactuación del realizador, con el elenco al completo. En esta película cobra una especial importancia aquella máxima de que el guión nunca puede ser algo rígido, sino flexible, es decir, subceptible de ser modificado en su plasmación a imágenes. Linklater permitió que los actores reescribiesen algunos diálogos, a los fines de logar una mayor naturalidad y perspectiva. Especial mención merece el joven Ellar Coltrane, el protagonista, pero también a los actores que interpretan a sus padres. Patricia Arquette y Ethan Hawke (actor fetiche de Linklater, que se crece con él) están sublimes en sus respectivos roles. La secuencia entre ambos donde él le comenta “Lo has hecho de maravilla con ellos”, y ella le responde “jamás pensé oírtelo decir”, destila autenticidad y honestidad interpretativa.
Boyhood es un filme que entra directamente en la emoción más primaria, la cotidiana, la más identificable… la que más nos toca. El filme deviene en un canto formal a la eficacia de la sencillez. Respecto al desafío del proyecto, Linklater comentó: “No hay ningún precedente. Los contratos de doce años no existen en el cine. Solo les pedí que se comprometieran, tuvieran fe y saltaran al vacío conmigo“. Cada minuto invertido en su visionado, merece la pena. Boyhood era una apuesta arriesgada, que ha cristalizado en una película eterna.
4 respuestas
Excelente critica. Es un proyecto muy original, tengo muchas ganas de verla.
Me ha sorprendido el gran trabajo que hay detrás de la película. Sin duda un proyecto a largo plazo y con gran tesón por parte de su promotor. A raiz de esta historia me pregunto: qué es lo que nos mueve, lo que nos ata para aferrarnos a un determinado lugar? Existe alguna energía más poderosas que el calor y el cariño de las personas que amamos? No, definitivamente. La banda sonora es fantástica, muy "country" sólo que realmente no necesitamos que alguien nos dé permiso para salir de la vida de nadie (let me go…), con cerrar la puerta nosotros mismos, por aquello de optimizar el tiempo, tenemos… buen día, saludos.
Marielou y Marina Velázquez: Es una lastima que el compañero Manuel ya no colabore con nosotros, pero intantare hacerle llegar vuestras palabras.
Un saludo.
Lo dicho, todo una lástima que Manuel ya no colabore con vosotros. Siempre quedarán sus reseñas para poder releerlas una y mil veces. Un saludo.