Han pasado ya 21 años desde que Robert Rodriguez sorprendió al mundo cinematográfico con aquella pequeña artesanía bien confeccionada llamada “El Mariachi” y más aún, cuando declaró que con sólo 7,000 dólares lo había logrado (algunos entendidos del tema declararon en su momento que por lo menos hubiese necesitado 20,000 caritas de Washington para conseguir tal hazaña). En fin, que el oriundo de San Antonio, Texas, se convirtió de la noche a la mañana en el nuevo niño prodigio del cine en el ya lejano 1992 y había sólidas razones para conferirle tal título. La película “El Mariachi” mostraba un talento considerable en la dirección y no sólo eso, ya que Rodriguez se encargó, él solito, de escribir, dirigir y fotografiar (entre otras actividades) dicha cinta. Con una trama bien estructurada y mejor montada, Robert nos llevaba por las agitadas peripecias de un músico-pistolero en un desértico pueblo de México (jocosa aquella frase de “¡En botella, güey!”). “El Mariachi” se convirtió en un éxito de taquilla y de crítica, al mismo tiempo que surgía el “enfant terrible” de Hollywood, un ente desgarbado lleno de creatividad, explosividad y un gusto enajenado por la hemoglobina: Quentin Tarantino.
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Robert Rodríguez y Charlie Sheen en pleno rodaje. |
La eclosión simultánea de estos dos nuevos talentos cinematográficos vino a emparejarlos, no sólo en el tiempo y en el oficio, sino en una naciente relación amistosa (tan buena relación de amigos resultó que a la fecha participan con frecuencia, de manera mutua, en sus películas en distintos renglones: guión, música, cameos, etc.). Con el paso de los años, esta amistad sólo benefició a uno (al menos en el aspecto fílmico) y ese único favorecido resultó ser el creador de “Reservoir Dogs”. Quentin siguió cosechando éxito tras éxito (tal vez exceptuando a la dudosa “Jackie Brown”) hasta llegar a “Django desencadenado”, mientras que Robert Rodriguez se adocenó en sus trazos cinematográficos, convirtiéndose en un cineasta repetitivo que una y otra vez reiteraba su mismo número hasta que lo agotó. Y quemó sus balas muy pronto, pues ese despunte creativo e innovador que siempre se esperó de él a raudales, sólo se asomó tímidamente en dos películas más (y de hace mucho tiempo): “Desperado” (1995) con Antonio Banderas y Salma Hayek, y “Abierto hasta el amanecer” (1996) con Harvey Keitel y George Clooney. Posteriormente, presentó un comedido film con “Spy Kids”, pero su afán por repetirse convirtió esta película para niños en una interminable saga (a la fecha ya lleva cuatro entregas) que viene a confirmar que se trata de un cineasta limitado, a pesar de aquellos buenos augurios de 1992. (El apartado de “Sin City, la ciudad del pecado” es un mérito que mayormente debe asignársele a Frank Miller).
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Danny Trejo no ha sido nunca un “adalíz” de la acción y se nota… |
Tarantino ha aprovechado la relación con Robert sólo para divertirse, sin embargo Rodriguez no ha conseguido un estilo cinematográfico que lo lleve a los calificativos de cineasta original y revolucionario, sino que se ha encasillado como un director esencialmente imitativo (sobre todo de su amigo Quentin). Y ha permanecido en una confortable medianía que le ha conferido la reiteración hasta el hartazgo de sus artesanías.
Para muestra de lo anterior, Robert nos receta esta recalentada sopa llamada “Machete Kills”, que cuenta la historia del ex agente federal “Machete Cortez” (Danny Trejo) en una ‘nueva aventura’, donde tendrá esta vez la misión de detener las truculentas intenciones de dos maleantes: “Marcos Méndez” (Demián Bichir) y “Luther Voz” (Mel Gibson). “Marcos Méndez” busca lanzar un misil desde México en dirección a Washington, D.C., según él para dar un escarmiento a los gringos por considerarlos responsables de la ola de inseguridad y violencia existente en México. “Luther Voz”, por su parte, busca establecer un nuevo orden mundial, vía su gran compañía de tecnología y de armas, situación que él mismo confirma con una trilladísima frase: “Hay que terminar con ese mundo para que emerja uno mejor”. En realidad, “Luther Voz” utiliza a “Marcos Méndez” de chivo expiatorio para desatar el desastre mundial, pues así como le vendió un misil de destrucción al mafioso mexicano, lo hizo de igual forma con un norcoreano y con un ruso (¿más clichés o así está bien?).
En toda esta tropelía de situaciones, “Machete” hará gala de sus habilidades con el arma epónima de la película, “tasajeando” (dar machetazos) a cuanto cristiano se le ponga enfrente. Incesante imitador de las películas “serie B”, Rodriguez proyecta en pantalla su obscena fascinación por las cosas poco acabadas: Un Danny Trejo apenas corriendo (se nota que a este actor le cuesta mucho trabajo este tipo de ejecución), escapa candorosamente de las balas y sus enemigos. Y qué decir cuando tiene que pelear cuerpo a cuerpo: malísimo para ejecutar coreografías artemarcialistas. Rodriguez hace tomas cerradas para ocultar la gigantesca torpeza corporal de Trejo; y para ‘taparle el ojo al macho’, pone a Marko Zaror (como “Zaror”), quien sí tiene habilidades coreográficas estilizadas, no obstante, tiene el carisma de un asteroide transneptuniano.
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Unas villanas con el sello inconfundible de R.Rodríguez |
Y no podían faltar sus infalibles cameos de costumbre:
Sofía Vergara (como “Desdemona”);
Charlie Sheen (ahora en los créditos como ‘Carlos Estevez’) como el Presidente de los Estados Unidos;
¡Lady Gaga! (como “La Camaleón”) y una frase que la inmortalizará en el séptimo arte: “
¡hola, motherfucker!”;
Cuba Gooding Jr. (como “El Camaleón 2”); y
Antonio Banderas (como “El Camaleón 4”).
¡Ah, cómo insistió con “El Camaleón”!
Robert Rodriguez podría dedicarse de mejor manera a ser presentador de un show televisivo donde desfilaran todos sus buenos cuates que tiene en el jet-set, en lugar de hacerlos sudar sus calenturas cinematográficas.
El creador de
“El Mariachi” ha perdido la habilidad y la agudeza (que tenía en antaño) para ejecutar lúcidamente el tradicional hard-boiled hollywoodense (que incluye, entre otras cosas, la estilización de la violencia), llevándolo a presentar cintas como ésta de
“Machete Kills”. Parafraseando una de las líneas del film (“la justicia y la ley no son siempre lo mismo”), me gustaría concluir que, efectivamente,
“Tarantino y Rodriguez nunca han sido lo mismo”, puesto que el primero es un artista y el segundo, un artesano que ha perdido la brújula del buen hacer.