Si en mayo de 2013, el prestigioso
Festival de cine de Cannes dio el pistoletazo de salida con
El Gran Gatsby (
The Great Gatsby, USA, 2013), de
Baz Luhrmann, el miércoles 14 de mayo de 2014 ignaguró la 67ª edición de dicho Festival, otro filme glamuroso y cosmopolita, el que nos ocupa, el 8º largometraje de
Olivier Dahan. Nada casual resulta la elección de la ciudad donde se conocieron la actriz
Grace Kelly y el príncipe
Raniero III de Mónaco, mientras aquélla filmaba
Atrapa a un ladrón (To catch a thief, USA, 1955), de
Alfred Hitchcock para la presentación mundial de la elegante, aunque algo superficial, película del realizador francés.
Grace de Mónaco puede encuadrarse en cierta tendencia, más o menos reciente, del cine por recrear en la pantalla, retazos, hasta cierto punto nostálgicos, de las vidas de mitos-estrellas del cine clásico, y de miembros de la realeza europea. En el primer grupo, hemos podido ver a Kate Beckinsale como Ava Gardner en El Aviador (The Aviator, USA, 2004), de Martin Scorsese, a Michelle Williams como Marilyn Monroe en Mi semana con Marilyn (My week with Marilyn, GB, 2011), de Simon Curtis, o a Sienna Miller como Tippy Hedren en el telefilm de HBO The girl, de Julian Jarrold. En la segunda tendencia mencionada, la película de Dahan se inscribe en la estela de Diana (Diana, GB, 2013), de Oliver Hirschbiegel, donde la australiana Naomi Watts interpreta a otra princesa, la de Gales.
La polémica ha marcado la realización de Grace de Mónaco, debido a la escenificación, en prensa sobre todo, de la contumaz oposición de los herederos de la princesa de Hollywood y de Mónaco, nada satisfechos respecto al punto de vista elegido. Ello ha sido así hasta el punto de que eran tantas las reivindicaciones familiares, que los artifices del filme se limitaron a tomar protocolaria nota de las quejas y siguieron adelante, sin exhibir el resultado final a los mencionados herederos hasta el estreno mundial. Los productores se limitaron a colocar un rótulo al inicio del filme que reza “Relato de ficción inspirado en hechos reales” y Nicole Kidman trató de tranquilizar a los detractores, manifestando que había realizado su interpretación con toda el alma, desde la reverencia que siente por la musa de Alfred Hitchcock, desde que la vió por vez primera en La ventana Indiscreta (The rear window, USA, 1954).
Las críticas, como casi todo estreno glamuroso en el mencionado festival de cine, fueron implacables y un estremecedor silencio se hizo al final de una proyección salpicada de contínuas risas. El publico, sin embargo, se agolpaba ante la sala de proyección, tratando muchos, desesperadamente, de conseguir una invitación para poder visionar la película, en la misma proyección ignagural, que acogía a su protagonista principal.
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Nicole Kidman |
A diferencia del anterior acercamiento de Dahan a un icono del siglo XX, la magnífica La vida en rosa (La Mome, la vie in rose, Francia, 2007), donde el realizador abordaba la vida de la cantante Edith Piaf, Grace de Mónaco no es una biografía en el sentido propio de la palabra. La película recorre simplemente un año en la existencia de la actriz: el periodo que transcurre entre diciembre de 1961 y septiembre de 1962, donde la ex-estrella del filmamento hollywoodiense ya princesa, tiene que decider si regresa a Hollywood por la puerta grande, de la mano del maestro Alfred Hitchcock, que viaja a Mónaco expresamente para ofrecerle el guión de Marnie, (“una ladrona frígida y compulsiva”, como ella misma define al personaje), con el desprestigio que ello podría suponer para la clase dirigente del principado, su familia, o si permanence en su puesto aristocrático, dando la talla, ganándose a su pueblo y a la opinion pública mundial, en un despliegue de carisma personal, digno de cualquier ejército, ante el inminente bloqueo económico por parte de la Francia de De Gaulle, con los quebraderos que conllevan para el principado monegasco, que incluyen la posibilidad de convertirse en un mero protectorado de Francia en lugar de una nación soberana.
Todo ello, se nos expone, con alguna fuga narrativa al mito, muy bien intercalada en la intriga política que preside el relato. En ese sentido, resulta ejemplarmente explicativo el comienzo del filme, donde se nos muestra el final del rodaje del musical Alta sociedad (High society, USA, 1956), de Charles Waters, el musical de Metro Goldwyn Mayer, remake de Historias de filadelfia (The Philadelphia story, USA, 1950), de George Cukor. Alta Sociedad fue la despedida, el último trabajo ante las cámaras, de la actriz oriunda de Philadelphia. Dahan aborda la secuencia, acertadamente desde la onda mítica. Parece que el mundo se detiene, ante el final de rodaje. Despedidas solemnes de la actriz, flashes de cámaras para inmortalizar el instante, entrega de flores, a quien llaman ya princesa. La cámara sigue a la mujer, de espaldas, escoltada por dos asistentas, sin que podamos ver su rostro, en un elegante plano secuencia, que recorre el plató interior de rodaje de la última escena de la película referenciada, sale a las calles del estudio y termina en el interior del camerino de la joven, donde vemos por vez primera su rostro, sentada ante el espejo rodeado de las candilejas que el maestro Charles Chaplin inmortalizó equiparando el espectáculo con la vida, en uno de sus más grandiosos trabajos. Durante la narración, Dahan nos recuerda el mito nuevamente en algunos instantes, a través del visionado de imagenes documentales de la boda real con Raniero Luis Enrique Majencio Beltrán Grimaldi, y de la recogida del óscar a mejor actriz por la Angustia de vivir (The Country girl, USA, 1954), de George Seaton. Las secuencias filmadas a modo de documental, aparecen por necesidades dramáticas, en los instantes en que a la princesa-actriz la asaltan las dudas acerca de su verdadero lugar en el mundo.
Grace de Mónaco, la película, sale victoriosa en el retrato de una época, los primeros años sesenta en Europa, unos tiempos en los que Mónaco, el país más pequeño del mundo después del Vaticano, era un paraíso fiscal, que gozaba de un glamuroso esplendor, gracias a los ostentosos casinos y a los impuestos que cobraban a inversores y magnates como el griego Aristóteles Onasis, y a la domiciliación fiscal de un gran número de empresas francesas, huyendo de la burocracia y el fisco de su país. Francia, asolada por la incómoda e impopular Guerra de Argelia, echa un pulso politico con el príncipe Raniero, para tratar de anexionarse el país, o, al menos, para que los monegascos paguen impuestos a Francia, desgastada por la contienda en el norte de África. “El conflicto es a menudo necesario…sobre todo en las colonias”, dirá el Secretario del Tesoro francés, en una de las glamuoras fiestas del príncipe Raniero en su lujoso yate, ante Aristóteles Onassis, María Callas y la élite social de entonces, a raiz de un franco reproche de la actriz ante el mencionado conflicto de Argelia.
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Tim Roth |
El apartado interpretativo resulta lo más decepcionante de la función. Nicole Kidman hace todo lo que puede para recordarnos a Grace Kelly y hay instantes donde lo consigue, sobre todo a la hora de conferir el halo de glamour que envolvía a la actriz. Pero es en el lado humano del personaje, en ese conflicto interno que debe resolver inmediatamente el personaje, donde no termina de calar su interpretación. La puesta en escena de Dahan tampoco resulta particularmente inspirada en esos momentos íntimos. En el instante en que Rainero reprocha a Grace el que ella diga en todo momento lo que piensa, para reforzar la idea de que la actriz vive su particular “cuento de hadas” como una especie de princesa en una “dorada jaula de cristal”, Dahan acude una recurso tan obvio como filmar un primer plano de un hermoso cuadro en una de las paredes del palacio, el retrato de de un enorme barco de vela embarrancado y ladeado.
Peor parados salen actores tan solventes como Tim Roth como Raniero, o Parker Posey, como la rígida ama de llaves Madge Tivey-Faucon, demasiado inexpresivos en sus roles, por no hablar de la inadecuada elección de la española Paz Vega como María Callas. La excepción que confirma la regla, viene dada por Frank Langella, magnífico como el padre Francis Tucker, estadounidense como ella, auténtico confidente de la actriz en el principado y Derek Jacobi como el Conde Fernando D’ Aillieres, el maestro en protocolo, que instruirá a la actriz en la historia del país y de la familia Grimaldi, así como en protocolo, una vez la jóven decide rechazar firmemente la oferta de Universal Studios y de Alfred Hitchock, dedicándose en cuerpo y alma a server a su país en tan delicado instante. Sin duda una maniobra política necesaria para la nación, que culmina con un emotivo, aunque ingenuo, discurso sobre el triunfo del amor sobre la política, en el baile de la Cruz Roja celebrado el 26 de septiembre de 1962, a la presencia del Presidente de Francia Charles de Gaulle, o el Secretario de Guerra de EEUU William McNamara, entre otros muchos dirigentes del orden mundial de entonces.
No es un mal telefilme de sobremesa, ni un museo de cera viviente, como se ha pretendido despachar a la película, pues atesora cierta brillantez ocasional, pero no se acerca en resultados, ni al biopic de Edith Piaf, ni a una de las biografías más estimulantes que ha dado el cine reciente, como es la modélica obra maestra Lincoln (USA, 2012), de Steven Spielberg, que retrataba igualmente un periodo muy corto en la vida del biografiado, con intención de captar su esencia vital, objetivo que el filme de Spielberg logra desde el primer instante.