El novelista Francis Scott Fitzgerald es uno de los grandes nombres de la literatura de Estados Unidos. Pertenece a esa Generación Perdida de escritores norteamericanos que vivieron en Paris y otras ciudades emblemáticas europeas y que despuntaron con notable brillantez en el período que va desde la Primera Guerra Mundial hasta el crack de 1929, que originó la denominada gran depresión. Figuras tan ilustres como John Steinbeck, William Faulkner, Ernest Hemingway, o John Dos Passos, pertenecen a esta corriente literaria, cuya denominación fue acuñada por la escritura y poetisa estadounidense Gertrude Stein, refiriéndose a estos escritores jóvenes que escribían, bebían, se divertían y vivían en general con la intensidad de quien siente que la vida se escapa. Stein, cuyo domicilio en París era lugar de paso obligatorio para todos los artistas residentes o de tránsito por la ciudad de la luz, acuñó esa expresión, teniendo en mente principalmente a Fitzgerald y a Hemingway.
Una generación nueva, que se dedica más que la última a temer a la pobreza y a adorar el éxito, crece para encontrar muertos a todos los dioses, tiene hechas todas las guerras y debilitadas todas las creencias del hombre (Scott Fitzgerald) |
Nacido en Saint Paul, Minnessota, en 1896, Fitzgerald, comenzó su andadura literaria publicando relatos cortos en revistas como Saturday Evening Post, o Collier (donde publicó, por ejemplo, El extraño caso de Benjamin Button), que tuvieron considerable seguimiento entre el público. Fue guionista ocasional de Hollywood en la segunda mitad de los años 30, contratado por la todopoderosa Metro Goldwyn Mayer para que escribiera historias cortas y retocase algún que otro guión. La tragedia se cebó con él, pues terminó sin un céntimo, aquejado de alcoholismo crónico. Fallece a consecuencia de su segundo ataque cardiaco, en diciembre de 1940. Su amor y musa, Zelda Sayre, con quien recorrió Europa, fallecería en un incendio en 1948 ocurrido en la clínica donde estaba recluida por demencia. Sin duda, es necesario vivir apasionadamente al límite y haber mirado de frente a la desgracia y poseer una capacidad de observación muy especial, para poder escribir una prosa tan cargada de fatalismo y desencanto. El máximo representante de la “era del jazz” publicó El Gran Gatsby, su “gran novela americana”, en 1925. Amores imposibles, fiestas compulsivas y miserias humanas, cohabitan en esta obra considerada una de las más grandes obras de la literatura escrita en inglés. Pese a que no tuvo el éxito de su primera novela A este lado del paraíso, publicada en 1920, ni de algunos de sus relatos cortos, el cine se fijó pronto en ella. En 1926 el realizador Herbert Brenon dirigió una versión silente, completamente perdida y de la que sólo han sobrevivido algunas secuencias aisladas. En 1949, Elliot Nugent dirige una versión con Alan Ladd de protagonista, y en 1974, Jack Clayton estrena una lujosa adaptación con el carismático Robert Redford en la piel de Jay Gatsby, escrita por Francis Ford Coppola, que, desgraciadamente, se diluye en el academicismo y la superficialidad de una película correcta, pero sin alma, desprovista del apasionamiento del escritor y de la menor personalidad propia.
El dinero ha aniquilado más almas que el hierro cuerpos (Scott Fitzgerald) |
El director australiano Baz Luhrmann, poco después de realizar Australia (Australia, 2008), tenía claro que su siguiente proyecto sería la adaptación de la novela de Fitzgerald, que no le ha resultado sencillo concretar. El cine anterior de Luhrmann en ningún momento apuntaba hacia la onda del complejo universo que retrata la prosa del escritor Estadounidense. Si bien el escenario de Moulin Rouge (Australia, 2001), el París bohemio de principios del siglo XX, serviría poco después de marco vital y de inspiración para el escritor norteamericano, no existe en dicha película, guiño alguno reconocible al universo del escritor de Suave es la noche.
Tobey Maguire en el Gran Gatsby |
En cualquier caso, la ampulosidad visual y sonora a las que el realizador australiano nos tiene acostumbrados, se pone al servicio, más de lo que a priori pudiera parecer, de la desgarradora novela de Scott Fitzgerald en su quinta película, donde Luhrmann nos vuelve a proponer una apasionada y trágica historia de amor de personajes bigger than life. El sentido del romanticismo del realizador es absolutamente contagioso, y lo potencia con sabiduría y personalidad, en este erudito recorrido musical (con la complicidad del compositor escocés Craig Amstrong, el cantante Bryan Ferry y el rapero Jay Z, entre otros, y en cuya banda sonora encontramos versiones de clásicos como Rhapsody in blue de Gershwin, o Love is blindness, de U2) e itinerario de preciosismo visual (esos apasionados movimientos de cámara y planos imposibles sobre un decorado cargado de colorido e iluminación, marca de fábrica del realizador, esta vez consagrado a una sensacional ambientación de Nueva York y Long Island de los años 20) que conforman la película. Luhrmann triunfa en la descripción de unas vidas americanas, para las cuales no hay segundos actos (parafraseando una cita de The last Tycoon, novela de publicación póstuma, en 1942). Existencias inevitablemente tejidas por el aprisionamiento de las elitistas convenciones, la insoportable monotonía vital, la infidelidad y sus consecuencias, la frustración, la manipulación de las clases sociales inferiores, y la profunda hipocresía, que conllevan el mantenimiento a toda costa de un rancio status social, en el que no hay sitio para el “nuevo rico”. La esencia de la prosa del escritor trasciende a la pantalla, aunque sin la densidad y opresión de la novela-icono de la Generación perdida, probablemente porque tampoco se pretende por parte de Luhrman y su guionista habitual Craig Pearce. Era imposible que la desgarradora prosa del escritor estuviese en todo su esplendor en las imágenes, pues la obra fílmica es, sin duda, otro lenguaje, y ello no tiene porqué conllevar necesariamente a la superficialidad. Luhrmann apuesta por sustituir el jazz por el hip hop o la música dance, en una suerte de ejercicio de vanguardismo, como, a su vez, lo fue el jazz en los felices años 20. Considero que es una opción legitima, por supuesto discutible, y nos podrá valer o no. En cualquier caso, no sale nada mal parada la legítima re-lectura de la novela, que el realizador australiano consigue llevarse a su terreno, con la complicidad de unos actores entregados a unos personajes que viven “días sin vida” (título en español de la película biográfica del escritor, dirigida por Henry King en 1959), pues Leonardo DiCaprio, Carey Mulligan y Tobey Maguire, están absolutamente sensacionales y apropiados en sus papeles, transmitiendo la esencia de sus personajes con absoluta propiedad.
Carey Mulligan y Leonardo DiCaprio en “El Gran Gatsby” |
Resulta terrible la soledad que invade al personaje principal, el multimillonario nuevo rico Jay Gatsby (Di Caprio), joven aventurero, héroe de La Gran Guerra, que crea una fortuna por amor a una mujer, Daisy Buchanan (Mulligan), que no lo merece, en cuya quimera será devorado por las maquinaciones de una clase alta depredadora, donde la prensa sensacionalista hace leña del árbol caído, todo ello bajo la atenta mirada del joven Nick Carraway (Maguire), que necesitará escribir lo vivido para poder superar su crisis nerviosa. A las legendarias macro-fiestas donde el alcohol y la diversión a raudales están aseguradas, se apunta todo el que desea presumir de codearse con las altas esferas sociales. Cuando la desgracia y la tragedia se ceba en aquél que organizó las fiestas… nadie aparece. La cruda realidad a flor de piel… en unos años de efímera y forzada felicidad. Estaban por venir el crack bursátil más salvaje que se recuerda, y la siguiente guerra mundial.