“Una siniestra noche del mes de noviembre pude por fin contemplar el resultado de mis fatigosas tareas. Con una ansiedad casi agónica, coloqué al alcance de mi mano el instrumental que iba a permitirme encender el brillo de la vida en la forma inerte que yacía a mis plantas. Era la una de la madrugada, la lluvia repiqueteaba lúgubremente en las calles y la vela que iluminaba la estancia se había consumido casi por completo. De pronto, al tenebroso fulgor de la llama mortecina, observé cómo la criatura entreabría sus ojos ambarinos y desvaídos. Respiró profundamente y sus miembros se movieron convulsivamente”.
Esas líneas de arriba tienen casi 200 años de publicadas y forman parte de la historia que Mary Shelley engendró en su mente y es una trama que sigue dando réditos en distintos sentidos. Empezando por la profana intención de Víctor Frankenstein, su personaje principal, de jugar a ser Dios, algo que ya es una realidad en nuestros días con la clonación de seres vivos (el caso de la oveja Dolly, por ejemplo). También una de las mayores riquezas de la obra de Wollstonecraft son las terribles consecuencias que conlleva robarse a hurtadillas el fuego sagrado de la creación, propiedad exclusiva de la naturaleza (o Dios, si les parece mejor), convirtiendo Shelley, de este modo, a su Víctor Frankenstein en un Prometeo de la Era Moderna, llegando fresquesito hasta nuestros días en la Era de la Informática o asimismo si lo prefieren, los días de la Generación Millenium.
Lo que fue la monstruosa, pero genial creación de Shelley, es decir, el monstruo de Frankenstein, un ser atormentado y con buenas intenciones en un inicio, para después ser acondicionado por las lecciones de desprecio y de castigo, hasta convertirse en un serial killer, fue, como casi siempre ocurre, modificado por la industria hollywoodense en un personaje unidimensional y para rematar, mudo, que sólo atinaba a emitir gruñidos de furia (“Frankenstein” de James Whale, 1931). Es innegable que hay cierto encanto en la producción que dirigió James Whale, sobre todo por Boris Karloff, sin embargo el film está en lontananza de la novela original de Shelley.
El monstruo no sólo presenta las modificaciones mencionadas, sino que también se agrega un personaje que no aparece en la obra de
Wollstonecraft,
Fritz, quien a la postre se le conocería como
Igor. Este personaje surge en las producciones teatrales que se hicieron previas a la realización de la película de
James Whale y con el tiempo, la mancuerna
Frankenstein-Igor, fue un
tándem irremediable en la mente de las audiencias.
Con estos antecedentes, Paul McGuigan (“Wicker Park”), pretende dar un giro interesante en la historia de Víctor Frankenstein, al colocar a “Igor” (Daniel Radcliffe) como el eje conductor de la trama y Paul, hasta apellido le pone: “Strausman”. Con el transcurrir de la historia, esta buena intención se diluye, ya que el peso dramático de Víctor Frankenstein termina por apropiarse del relato completo, así que digamos que McGuigan sólo tenía la idea inicial, pero no supo cómo instalar a “Igor” como un verdadero protagonista de peso completo y haber inaugurado, de paso, una nueva serie de películas con un personaje de antología, es decir, haber creado un spin-off de auténtico alarido.
Por el contrario, “Igor Strausman”, es sólo un mero acompañante de las inquietantes andanzas de “Víctor Frankenstein” (James McAvoy). Los infiernitos de McGuigan no cesaron aquí, sino que hasta novia le puso a “Igor”: “Lorelei” (Jessica Brown Findlay), intentando una vez más lo que ya mencionamos anteriormente; “Lorelei” termina por ser un ornamento en lo que debió haber sido una fresquísima y triunfante propuesta de McGuigan.
Es asombrosa la gravedad de la obra de Mary Wollstonecraft, pues como aquélla, ésta ha logrado viajar a través del tiempo llegando hasta nuestros días con líneas de fuerza que siguen sacudiendo los ánimos de los cineastas y les motiva a seguir contando esta alucinante historia
desde
distintas claves.
McGuigan intentó una nueva perspectiva cinematográfica, pero
le faltó respetar más al elemento central de la novela original (
el monstruo), para siquiera haberse acercado un poquito a su cometido.
No por ello la película es un desperdicio total. Hay buenas cosas a tener en cuenta y son claramente los dos actores principales: James McAvoy y Daniel Radcliffe. McAvoy no es la primera vez que está en condiciones de alcanzar tesituras de histrión maestro, pues aún recuerdo esa sólida ejecución en el film “El Último Rey de Escocia” (2006) y ahora anduvo por ese sendero; tal vez sólo haga falta una película mejor dirigida y por ahí llegar al reconocimiento que tanto ha buscado como actor. Además no olvidemos que este muchacho está avocado también a interpretar papeles importantes en películas de superhéroes y verbigracia de ello es “X-Men: Apocalipsis” (2016), la nueva peli de los mutantes dirigidos por “Charles Xavier” (en efecto, el Sr. McAvoy).
El Sr. Radcliffe parece que ya va despelucando a “Harry Potter”. En esta ocasión aprovecha muy bien la estupenda caracterización como el “hunchback” o el “jorobado” y logra imprimirle, por momentos, un sello propio que le puede conducir a encontrar el camino de las actuaciones memorables y dejar sólo en el fino recuerdo al maguito de J.K. Rowling. Esperemos, pues, que nos sorprenda gratamente y por completo, en siguientes trabajos.
Vale la pena agregar que era una oportunidad inmejorable para el mundo cinematográfico y para Paul McGuigan en específico, de encumbrar en la pantalla grande la novela original de Mary Shelley, con todos los elementos con que ella la concibió, dejando de lado, en primera instancia, la infructuosa propuesta de Branagh de hace varios lustros y segundo (y más importante), abandonar en definitiva la maniquea versión que le imprimió Hollywood, para entregar por fin, un fascinante legado a las postreras generaciones amantes del cine de una obra imprescindible de la Literatura Universal.
Víctor Frankenstein se estreno en México el 14 de Noviembre de 2015, y en España no podremos verla hasta el 15 de abril de 2016