“Cuando Helen murió, lo perdí todo. Hasta que llegó ese perro a mi vida. Un último regalo de mi esposa. En ese momento vi una luz de esperanza. Una oportunidad para hacer mi duelo acompañado. Y tu hijo ¡me lo arrebató!…¡me lo robó!…¡me lo mató! La gente me sigue preguntando si he regresado. Y no he tenido una respuesta. Pero ahora sí: ¡creo que he regresado! Así que puedes entregar a tu hijo ¡o puedes morir gritando a su lado!
Así, con las líneas de arriba es como “John Wick” (Keanu Reeves) oficializa su regreso a la Cofradía de los Sicarios, al bajo mundo de los asesinos profesionales, o como si el mismo Keanu sintiera ese discurso como propio y le manifestara al mundo cinematográfico que había regresado por sus fueros, por el lugar que legítimamente le pertenecía: el de ser una de las grandes figuras de la acción cinematográfica, de haber dejado por lo menos tres muestras de sobrada capacidad para las historias llenas de adrenalina: “Punto de quiebra” (1991), “Máxima velocidad” (1994) y “Matrix” (1999).
Después de parecer perderse posteriormente con algunos intentos fallidos en el apartado (como “Man of Tai Chi” y “47 Ronin: La Leyenda del Samurái”), su otrora doble de riesgo, Chad Stahelski lo rescata del marasmo profesional para ponerlo de nuevo en el camino de lo correcto y de lo muy bien hecho, con una historia como “John Wick” (2014), donde Reeves resucita como actor de acción.
Stahelski lo despoja del kung-fu (algo que tan bien le salió a Keanu en “Matrix”, pero que, por ejemplo, no ocurrió en “Man of Tai Chi” al enfrentarse a alguien tan plástico como Tiger Chen) y lo adentra en las técnicas artemarcialistas del judo y jiu jitsu, que permiten un aire más callejero y menos protocolario a las rudas peleas que aparecen en “John Wick”, lo cual terminó por darle un gran repunte a esta tremenda historia de sicarios y donde Keanu luce al por mayor sus nuevas habilidades físicas.
El trabajo con las armas resultó, también, asombroso. Como lo mencionamos en la primera crítica: la pistola viene a representar una extensión natural de las manos de “John Wick”, un movimiento de su mano, es un balazo certero al enemigo.
Common también aparece en John Wick 2 |
Después del reconocimiento internacional que tuvo “John Wick” (por lo bien tratada que está la historia y los elementos que mencionamos líneas arriba), era de esperarse una segunda entrega, lo cual resultaba bastante arriesgado dada la novatez de Stahelski en estas lides como director de cine. Pudiendo ser presa del efecto Wachowski (de tirar todo a la basura después de ejecutar una obra maestra), Stahelski se fajó bien los pantalones y se puso a hacer su obligada tarea después de aceptar este reto: colocar la segunda parte a la altura de la primera.
Para ello recurrió a un socio de confianza: Derek Kolstad, quien escribió la primera parte de “John Wick”. Quién mejor que el creador de todo este gran entramado de balística y artes marciales para darle la altura necesaria a la segunda parte, y no decepcionar a los miles de fans ganados con la primera entrega. Kolstad es un crack, porque no sólo están las porciones necesarias de plomo y golpes, sino que le agrega aún más misticismo a la historia al llevarla a Roma, para que “John Wick” cumpla con una misión derivada de una antigua deuda que tenía con un poderoso mafioso italiano llamado “Santino D’Antonio” (Riccardo Scamarcio).
“Cuando un hombre le pide un favor a otro hombre, compromete su alma con un pacto de sangre”, dice una de las máximas de la Cofrade de Sicarios y eso es lo que “John Wick” selló en el pasado al pedirle ayuda a “Santino”. “Wick” se niega al inicio, pero el buen “Winston” (Ian McShane) le convence de que “debe pagar su deuda” y después de ello será un hombre libre.
Una vez sumergido en la misión que le encomienda “Santino”, “John Wick” se adentrará en las edificaciones subterráneas de la Ciudad Eterna, que brindan al film una nueva textura: ecléctica, combinando esa arquitectura milenaria con el frenético ritmo de esta adrenalínica historia; cómo esos viejos muros y fachadas van siendo testigos del poder creciente de “John Wick” sobre sus enemigos. Como si, tal vez, esas antiquísimas paredes quisieran sugerir que “Wick” es “el emperador de los sicarios”.
Laurence Fishburne vuelve a encontrarse con Keanu Reeves en un film de acción |
“El emisario de la muerte ha llegado”, dice una de las víctimas de “Wick” y es una frase que corre como un viento huracanado a los oídos de los enemigos de “John”, y que provoca que éstos se encuentren prestos para darle fin a nuestro protagonista, como la singular asesina silente “Ares” (Ruby Rose), o el elegante “Cassian” (Common), con quien “Wick” mantendrá una cerrada lucha que encrespará la piel de la audiencia.
Estos enfrentamientos hacen de este segundo film de Stahelski una verdadera joya de la acción, por la originalidad con que se resuelven y la perfecta ejecución con que se hacen. Es aquí donde radica uno de los mayores logros de esta obra cinematográfica, amén de que la historia fluye poderosa como una ola gigantesca cargada de emociones.
“Concentración, compromiso y maldita voluntad pura” alaba un enemigo a “Wick” y yo matizaría diciendo “concentración, compromiso y bendita genialidad pura” es lo que Chad Stahelski ha demostrado en “John Wick: Pacto de Sangre”, pues no sólo ha dejado a la altura de la primera esta segunda entrega fílmica, sino que se une al selecto grupo de directores que han tomado las riendas de una secuela y que pueden presumir de haber eliminado la temible frase de que “segundas partes nunca fueron buenas”, y Stahelski lo logró de manera rigurosa, precisa y letal, al mismo estilo que babayaga: ¡Sí, señores, como el mismísimo “John Wick”!