Se han contado muchas historias de la Segunda Guerra Mundial desde el punto de vista cinematográfico, muchas de ellas enfocadas en lo sangriento que resultó ser esta terrible conflagración (como “Salvar al Soldado Ryan” de Steven Spielberg, un ejemplo próximo); ha habido algunas que además de la sangre han tenido el acierto de adentrarse en la psique de los soldados (verbigracia: “La Delgada Línea Roja” del Maestro Malick) y este actual ejercicio fílmico de Nolan resulta estar entre las dos: sin estar salpicada de hemoglobina, tampoco está inmersa en los pensamientos de los soldados.
Ayudado por el suspense, Christopher Nolan urde la historia de la evacuación de Dunkerque con acciones (y reacciones) de los personajes ante los hechos. “Dunkerque” es la intimidad de la acción, la reacción de la persona ante los acontecimientos, sin importar lo que piense o diga, sino qué es lo que hace ante la urgencia.
Así, la película se vuelve muy visual ante los escasos diálogos, la angustiosa espera por el enemigo que se sabe superior (la Luftwaffe alemana); el arrojo del compatriota que sin más armas que su valentía y una barcaza (la embarcación “Moonstone”), emprende el camino por mar para rescatar a quien pueda (un soldado o decenas de ellos, pero que cada uno tendrá un valor enorme para los Aliados); o el intrépido aviador que ante los imponderables busca en su sagacidad la forma de derrotar al enemigo.
Y uno de los puntos, precisamente, que hace aún más memorable la evacuación de Dunkerque es la ayuda que prestaron numerosas embarcaciones civiles (barcazas y barcos de vela) para llevar a soldados ingleses, franceses y belgas de la costa francesa hacia playas inglesas (partiendo de Inglaterra a Dunkerque y de vuelta); como bien lo dice uno de los taglines del film: “Cuando 400.000 hombres no podían llegar a su hogar, su hogar vino por ellos”.
El film está desprovisto de protagonismos, aunque un infaltable de Nolan sí que hace que se encrespe la piel por sus audaces acciones: Tom Hardy, quien interpreta a un hábil piloto de la RAF (Royal Air Force o Real Fuerza Aérea británica), “Farrier”. Enfrentándose a los temibles pilotos de la Luftwaffe (la fuerza aérea alemana), “Farrier” hará gala de su destreza para intentar derrotar a los nazis por la vía aérea.
Toda esta trama de Christopher Nolan está entretejida en tres distintos espacios temporales: “El muelle” (“The Mole”), cuya acción transcurre en una semana; “El mar” (“The sea”), cuya historia es de un día; y, finalmente, “El aire” (“The air”), cuyo tiempo ocurre en una hora. Las tres se intersectarán en un punto determinado del film, punto que será clave para la resolución de esta vibrante trama.
Nolan demuestra su pleno conocimiento del lenguaje cinematográfico, al valerse no sólo de las imágenes y la narrativa, sino también del sonido y la música, para lograr encuadres que caminan por el sendero de la extrema angustia de una incesante espera por el enemigo que viene por tu vida. La música de Hans Zimmer brinda una atmósfera de ansiedad que permea por toda la película.
Christopher Nolan ha logrado consolidar una epopeya intimista que reviste el arrojo del hombre común ante una situación que lo rebasa por completo, donde el valor (Mark Rylance) toma formas inusitadas de empatía (Kenneth Branagh), habilidad (Tom Hardy) y compañerismo (Fionn Whitehead) que conforman un todo por una causa por la cual una persona está dispuesta a morir. Como bien lo dijo Winston Churchill en aquellos ayeres: “ Combatiremos en las playas, en los lugares de desembarco, en los campos y en las calles; nos batiremos en las colinas. Jamás nos rendiremos”.