Nueva dosis de humor durante la jornada de ayer del Festival de Sitges. La mañana comenzó con la proyección de la película ‘Wrong cops’, creada por Quentin Dupieux, que firma la dirección, el guión, la música y la fotografía del filme. Se trata de una comedia negra muy gamberra sobre un grupo de policías que serían la versión norteamericana de Torrente: guarros, necios, burdos, cabrones, soeces e idiotas hasta límites insospechados. Sin embargo, el humor que desprende la película no es el mismo que el de la saga de Santiago Segura, ya que sus chistes son más absurdos -tiene también momentos similares, como cuando uno de los policías detiene a una joven sólo para que esta le enseñe los pechos-. Las historias que se cuentan no tienen demasiado valor en sí mismas, sino que el director se vale de los gags o de los diálogos surrealistas para ir avanzando la trama. Los actores, poco conocidos en España a excepción de Marilyn Manson, desarrollan bien su trabajo, potenciando la comicidad del largometraje. El público no se reirá a carcajadas durante todo la cinta, pero ‘Wrong cops’ presenta momentos muy álgidos que merecen la pena, aunque no hubiera estado de más dotar al filme con una trama más interesante o unir de alguna forma todas las historias de cada uno de los policías para conseguir un final más redondo.
Después llegó una de las películas más esperadas aquí en Sitges: ‘Sólo Dios perdona‘. La pareja formada por el director danés Nicolas Winding Refn y Ryan Gosling funcionó como un tiro en la exitosa “Drive”, en la que el actor canadiense bordó su papel otorgando al personaje de esa introspección que lo hacía tan carismático. No obstante, en esta nueva película se observan a su vez algunos de los mismos rasgos, como una lentitud de pensamientos o de actuación que en el protagonista de “Drive” encajaba como una pieza de puzle, pero que en este filme chirría un poco en el personaje interpretado por Gosling, que también se muestra impasible a lo que ocurre a su alrededor. La trama gira en torno a las venganzas que se inician después de que un hombre viole y mate a una joven de 16 años en Bangkok. Un policía permite después al padre de la muchacha matar a su asesino, que no es otro que el hermano del personaje encarnado por Gosling, que se verá envuelto en más violencia para tratar de cerrar el círculo.
La mayor fortaleza de la película es su estética, una puesta en escena que hipnotiza y que engancha al espectador mucho más que la propia historia, contada de una manera demasiado lenta y mezclada con escenas que no tienen nada que ver y que despistan mucho al público. Es una pena que el director haya tratado de potenciar la forma, olvidándose tanto del contenido. La atmósfera creada es genial, pero la historia no puede sustentar que finalmente pretenda ser una metáfora sobre la capacidad del ser humano de perdonar -o vaya usted a saber lo que en realidad quería transmitir el director-. Mi consejo es que no la vean con demasiadas expectativas, porque podrían sentirse muy traicionados. No es ni por asomo “Drive”. Y eso es una auténtica pena.
Por cierto, no me puedo resistir a comentar una anécdota de la proyección de esta película en Sitges. El auditorio principal de la ciudad barcelonesa se llenó de chicas jóvenes que ansiaban ver la nueva película de Gosling. Un grupo de ellas se sentó detrás mía y, cuando el actor canadiense hizo su primera aparición, una de las adolescentes gritó: “¡Que guapo es, que guapo es, tengo la piel de pollo!” (sic). No creo que haga falta escribir ningún comentario al respecto.
Otra película que también defraudó fue la nueva versión de ‘Patrick’, que en 1978 se llevó en este certamen el premio al mejor director, Richard Franklin. En esta ocasión, acudieron a Sitges para presentar el remake su director Mark Hartley, Charles Dance (Tywin Lannister en JdT) y la actriz protagonista, Sharni Vinson. Hartley ya avisó de que había querido filmar una cinta al estilo del terror clásico, con muchos sustos nada sutiles. Pero su trabajo no cosechó demasiado existo. Aunque el principio de la película sí que consigue captar el interés, la última media hora es completamente decepcionante, con una orgía de ruidos ensordecedores y repeticiones absurdas sobre los poderes paranormales del personaje de Patrick. La historia del filme se centra en una enfermera que acude a un centro hospitalario donde están ingresados pacientes en coma, pero resulta que uno de ellos consigue comunicarse con ella. La ambientación está muy lograda, pero el modo de contar la historia, sobre todo en su parte final, sucumbe estrepitosamente.
Y cerró la mañana otro nuevo experimento cinematográfico de esos que tanto me gustan, ‘A field in England’. Me entusiasmó tanto tanto que no pude terminar de verla y dejé la sala después de una hora en la que por la pantalla desfiló una serie de imágenes en blanco y negro sobre un grupo de desertores de la Guerra Civil inglesa que se lanza a buscar un tesoro por la campiña. El director, Ben Wheatley, había hecho un trabajo reseñable con su anterior largometraje, “Turistas”, pero en esta nueva película, inclasificable en género alguno, dio demasiada rienda suelta a su imaginación. La trama se desarrolla a través de diálogos absurdos y, pese a la buena actuación del reparto, el efectismo que busca Wheatley en su particular análisis sobre este período histórico es aburrido e insustancial –el calificativo de vomitivo estuvo rondando mi cabeza al escribir esta frase-. Como ocurre con todo, hay críticos que piensan incluso en que en un futuro puede ser considerada como una obra de culto. Si los tienen bien puestos, vayan a verla y juzguen por ustedes mismos. Habrá algún valiente que incluso conseguirá llegar hasta el final. Bien por él.