Sitges 2013, un comienzo prometedor (Crónica día 1)

Sitges 2013, un comienzo prometedor (Crónica día 1)

Sitges abrió ayer la veda del cine fantástico y de terror de la mano de un festival que, en su 46ª edición, vuelve a ahogar al cinéfilo con un programa terriblemente extenso, en el que incluso resulta imposible visionar todas las películas de la sección oficial, ya que muchas se proyectan de manera simultánea. Además, cuando uno afronta jornadas con cuatro o cinco películas por delante, sabe que llegará un momento en el que tendrá que poner un punto y aparte, y diseccionar el programa para devorar sólo aquellas películas que sacien su apetito sin dejar esa sensación de hartazgo. No vaya a ser que se acabe odiando el séptimo arte. Eso nunca.

Por si fuera poco, la inauguración corrió a cargo de un filme que dejó bastante buen sabor de boca. El director español Eugenio Mira trajo a la localidad catalana ‘Grand piano, con un plantel liderado por Elijah Wood y en el que también aparece John Cusack. La película recrea una historia que ya fue llevada a la gran pantalla en ‘Última llamad’a, esto es, la de una persona que, si no obedece las órdenes de su interlocutor, acabará criando malvas antes de poder siquiera pedir ayuda. Sin embargo, la trama que funcionó en el thriller de Joel Schumacher, que contó con un Colin Farrell encerrado en una cabina telefónica, naufraga en el largometraje de Mira. El actor de ‘El señor de los anillos’ interpreta a un talentoso pianista que, en mitad de una importante actuación, comienza a recibir notas amenazantes, que irán subiendo de tono hasta hacerle entablar conversación con su atacante en mitad del concierto, sin dejar de interpretar la obra. Una historia que, si nos ponemos estrictos y analizamos todos los trucos del guión, resulta a todas luces increíble.
No obstante, este punto flaco del filme se suple gratamente con una puesta en escena sublime, en la que el director valenciano logra que el espectador se quede pegado al asiento manteniendo la tensión y haciendo olvidar esos fallos en la evolución de la trama. Aunado con una buena actuación de Wood y con un rodaje muy acertado del concierto -cuya vibrante música acompaña muy bien al desarrollo de la historia-, el resultado es una película que puede hacer las delicias del público español, ya que los 90 minutos de su metraje pasan volando al conseguir Mira mantener un nivel de suspense bastante elevado.

Ojalá el listón hubiera continuado así de alto en la siguiente parada del festival, ‘Upstream color’. ¿Qué decir de ‘Upstream color‘? Si esperan un resumen del filme, búsquenlo en otro sitio, porque yo no sabría ni por dónde empezar. Y, si lo encuentran, no se lo crean… Estoy seguro de que no hay nadie sobre la faz de la tierra capaz de relatar de una manera inteligible la historia que pretende contar el director Shane Carruth. Puedo aceptar que su anterior largometraje, Primer, recibiera ovaciones en Sundance y que este nuevo proyecto rezume, en sus primeros diez minutos, cierta hipnosis que te haga pedir más y estar expectante ante el desarrollo de una historia que, finalmente, sólo existe en la mente del director, que en esta película es incapaz de transmitir nada excepto un sopor absoluto. Sucesiones de planos y secuencias cortas con diálogos inconexos y personajes que entran y salen de la trama sin explicación alguna conformarán el caldo de cultivo idóneo para que los fanáticos del cine independiente y experimental afilen sus espadas. Pero que no cuenten conmigo. Odio con todas y cada una de las letras de esa palabra la prepotencia en el cine, y no acudo a una sala para que el director me use como conejillo de indias en sus ensayos filosóficos o metafísicos. Lo único que puedo decir es que salí del cine con ganas de organizar un grupo para reclamar que se lleve a Carruth ante el Tribunal Internacional de La Haya, porque pienso que torturar a 200 personas durante una hora y media debe estar catalogado como crimen de lesa humanidad en la corte holandesa. Pero sin acritud, ¿eh? No vaya a haber alguien que no tolere la ironía.

Menos mal que el día no acabó mal. El cierre de la primera jornada de Sitges lo protagonizó en mi caso ‘The colony‘, una película que sabe hasta dónde puede llegar con un presupuesto limitado y que tampoco aspira a más. Se trata de una historia apocalíptica sobre un futuro en la que el mundo ha quedado enterrado bajo la nieve, y los seres humanos supervivientes tratan de seguir adelante en colonias subterráneas. En la pantalla aparecen Laurence Fishburne, Kevin Zegers y Bill Paxton, y su director, Jeff Renfroe, volvió a Sitges para presentar esta producción rodada en Canadá. Su fallo más importante es que la trama es demasiado predecible: hacia la mitad del filme, sabes en qué orden van a ir muriendo los personajes, quiénes lucharán en la batalla final, quién parecerá que la va a ganar y quién será el que logrará salir vencedor. Pero la ambientación está bien conseguida y, a pesar de que los efectos especiales no son de última generación y que hay movimientos de cámara más propios de un videojuego que de una película, sus 94 minutos de duración transcurren de manera entretenida y componen un thriller que, sin ambiciones desmesuradas, cumple lo que promete.

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