El cuarto largometraje del realizador Lee Daniels constituye un producto claramente diseñado y planificado con tres objetivos. El primer objetivo que parece perseguir desde su manufactura industrial, a través de ese diseño de relato complaciente, tópico y meloso hasta la extenuación, es tratar de obtener réditos a costa de esa “mala conciencia” que el país todavía parece querer saldar con el pueblo afroamericano, sin duda salvajemente discriminado, segregado y vapuleado hasta hace muy poco (paradójico para un país que siempre ha presumido de ser la cuna de la democracia en la civilización occidental). Un pasado reciente, realmente desolador, y que terminó desvaneciéndose gracias a la incansable lucha de los diferentes grupos y asociaciones por la defensa de los derechos civiles, así como por el surgimiento de figuras carismáticas como el reverendo Martín Luther King, o sentencias emblemáticas como la del Caso Brown contra el sistema de educación escolar (Brown Vs. Board of Education), donde en 1954, el Tribunal Supremo del país declaró inconstitucional (es decir, contraria a la Constitución de los EEUU) la segregación racial en las escuelas.
El segundo objetivo pasa por
realzar la alicaída carrera de su director, que no es que estuviese precisamente en la cresta de la ola, pero hay que reconocer que hace unos años alcanzó con su segunda película
‘Precious‘ (USA, 2009) el relativo cierto prestigio de haber obtenido un par de premios oscars y algunas nominaciones importantes, con la efímera “aureola” que ello conlleva. Esta quimera se trata de alcanzar por la vía de intentar a toda costa, de optar nuevamente a la carrera de los mencionados premios oscars.
El tercer objetivo de este discutible largometraje, no tiene nada de cinematográfico. La película parece empeñarse en ensalzar, de un modo simplista, la hoy un tanto alicaída figura del primer presidente afroamericano Barak Obama. Los artífices del producto, se ceban en recrearse con la idea de que toda la lucha por los derechos civiles de la gente de color, desde los años 40 y 50 del pasado siglo hasta hoy, “culmina”, con el mandato presidencial de Barak Obama, magnificando su existencia. Cierto que la novedosa campaña electoral del entonces candidato a la presidencia, la necesidad de un cambio radical en la Administración de su país y el emblemático primer triunfo de un candidato a presidente de origen afroamericano, supuso que la postulación de Obama, fuese tan mesiánica como ilusionante al inicio, pero devino en definitivamente decepcionante a lo largo. Su imagen se ha visto en entredicho debido a la toma de polémicas decisiones para su país (y, no nos engañemos, para el resto del mundo), que paradójicamente, lo aproximan y no para bien, con la nefasta anterior administración presidencial, respecto de la cual tanto luchó por desmarcarse. La actitud de la Administración Obama nos enraíza en la idea de que EEUU, amparado en razones de seguridad nacional, se sentirá legitimado siempre para interceptar las (privadas) comunicaciones de mandatarios de otros países, o ciudadanos en general, lo cual es enormemente sencillo, a la vista del auge de las telecomunicaciones, (cuyas empresas son principalmente en su totalidad norteamericanas) de las redes sociales y en general, del particular interés que los internautas del planeta sentimos de comunicar nuestra vida entera a través de los diferentes sistemas de comunicación que hay a nuestro alcance. La película de Daniels, transcurre en la mente del protagonista, Cecil Gaines (Forest Whitaker). Las dos horas de metraje transcurren en el repaso a su vida, y en particular a su trabajo en la Casa Blanca como mayordomo desde la presidencia de Eishenhower, hasta la de Ronald Reagan, cuando espera ser recibido en La Casa Blanca por el presidente Obama.
La cuestión de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos ha generado un puñado de estupendas películas, series y documentales, que nos han ilustrado, con mayor o menor fortuna, y marcado tono de denuncia y reivindicación, los entresijos de tan espinosa odisea. Por otra parte, muchas de las figuras de los distintos presidentes estadounidenses que aparecen en el film que nos ocupa, han sido tratados igualmente en otras películas o series de televisión con más amplitud y detenimiento, y en general de forma más adecuada. Se pretende por Daniels a la dirección y Danny Strong al guión (que parte de un artículo publicado en el rotativo Washington Post en 2008), en 132 minutos (que, además, pesan como una losa), recorrer unos años tristemente convulsos (la película empieza en 1926 y termina en 2008), y nada menos que cinco mandatos presidenciales particularmente complejos (los de Eishenhower, Kennedy, Johnson, Nixon y Reagan, puesto que los de Ford y Carter se despachan a través de imágenes de archivo). La excusa es el consabido punto de vista del mayordomo protagonista (bautizado en algunos momentos de la cinta como el “negro domesticado”), al que, parece ser, hay que suponerle el rol de “testigo privilegiado” de los entresijos de la toma de decisiones en el despacho oval, acerca de unos hechos tan trascendentales en la historia estadounidense reciente. No es sólo que la propuesta fuese arriesgada, que lo era. Es que, abordar la historia desde la perspectiva del patético “buenismo” que inunda todo el metraje, era una labor destinada a naufragar en la pobreza infinita. Todo transcurre demasiado deprisa, de un modo muy ligero y superficial, navegando constantemente en un alarmante maniqueísmo, que estropea la riqueza de los personajes y la relatividad de las situaciones que se tratan.
No es que ayude precisamente una puesta en escena de lo más plana, donde las ideas visuales nada transmiten, ni invitan, si quiera someramente, a la reflexión. Quizá la excepción viene dada por esas secuencias de los jóvenes de color, entre los que está el reivindicativo hijo mayor del protagonista, Louis (muy bien interpretado por
David Oyelowo), que se sientan en una cafetería de blancos en Alabama y donde exigen ser servidos, que se monta en paralelo al servilismo de
Cecil (quien se limita a servir, oir y callar) y al duro entrenamiento de los jóvenes previo al acto de insumisión en cuestión, para soportar la tremenda presión.
Desde el guión se elige rápidamente la desafortunada opción de refugiarse en lugares comunes, recursos narrativos tramposos y evidentes (que buscan la lágrima rápida y fácil), naufragando enseguida, al navegar exhausto y desganado por territorios del tópico, sin que jamás logre remontar. A modo de ejemplo, el único recurso que parece ocurrírsele al guionista para que no parezca tan evidente la blandura del producto, es el mencionado personaje del hijo mayor del protagonista. Filmarlos a ambos teniendo una tensa conversación en el lavabo de un baño donde podemos leer los carteles de “White” y “Colored”, propios de la segregación racial, no es de las peores ideas de la película, pero enfatiza de un modo muy pobre y redundante las “diferencias” entre padre e hijo motivadas por la diferente actitud de cada uno ante el problema de fondo. Un tema de esta envergadura, merecería, sin duda una mejor planificación y resolución de los recursos dramáticos y de los escenarios de la acción. No se trata de que todos los cineastas del planeta deban tener la maestría de Coppola o Scorsese para enriquecer cada plano de sus obras, pero el visionado de esta aburridísima producción deja evidente que Daniels no es un realizador complejo, ni era el apropiado para insuflar algo de vida a esta rutinaria producción.
Por si todo ello no bastase, la película termina de tropezar gracias a un casting que se desestabiliza y fluctúa entre horrible (la presentadora
Oprah Winfrey como la sufrida esposa del protagonista), equivocado (quién le haya dicho al liberal
John Cusack que se parece al conservador y controvertido presidente que tuvo que dimitir como consecuencia del escándalo
Watergate, así como su maquillador, le han hecho sendos flacos favores), innecesariamente caricaturesco (patética e inapropiada la grotesca idea de colocar a
Lyndon B. Johnson en el cuarto de baño sentado en la taza del bater ante
Cecil, mascullando por la imparable guerra de Vietnam) y anodino (el cantante
Lenny Kravitz, Cuba Gooding Jr, los grandes amigos y compañeros de trabajo del protagonista, parecen actuar en otra película diferente). Las excepciones aparecen con las maravillosas presencias de
Alan Rickman (realmente soberbio como
Ronald Reagan, el mejor del reparto) o
Robin Williams (alejado de sus histrionismos cansinos, en esta sobria y adecuada composición del presidente
Dwight Eishenhower, al que prácticamente vemos únicamente en la secuencia en su despacho, junto a sus asesores, frustrado por tener que enviar el ejército a
Little Rock en Arkansas, para hacer cumplir la Sentencia del mencionado
Caso Brown), y, a ratos, el protagonista
Forest Withaker, quien otorga una adecuada tonalidad, entre perdido y distante, contribuyendo adecuadamente al retrato de un hombre que no termina de encontrar su lugar en unos tiempos particularmente crispados, e importantes para su nación y su raza.
La serie de televisión The Newsroom (HBO, 2012- ¿?), creada por Aaron Sorkin, sobre el equipo de redacción de una emisora de noticias de enorme audiencia en EEUU, retoma la fascinación por los grandes acontecimientos de la historia más reciente del país, mezclando ese tono reivindicativo de producciones similares de Hollywood en los años 70, con ese tono gris, fascinante y cargado de detalles, tan característico de las producciones del canal de televisión por cable HBO, y reflexiona, con la distancia y sabiduría que proporciona el paso del tiempo, sobre acontecimientos un tanto más lejanos en el tiempo presente. En el capítulo 7º de la fascinante 2ª Temporada de la serie, el reportero protagonista Will McAvoy (excelente Jeff Daniels), le dice a la abogada Rebecca Hallyday (Marcia Gay Harden) lo siguiente:
“…Dos de marzo de 1955: Claudette Colvin, una joven negra es detenida porque no cede el asiento a un blanco en un autobús en Alabama. Los líderes de los derechos civiles corrieron para convertirla en el símbolo de la lucha. Al ver que la joven de 15 años es soltera y está embarazada, los líderes ven que no es la mejor opción y se retiran. Ocho meses después llega Rosa Parks. Durante ese tiempo, aparece ese joven, inteligente y carismático reverendo que llama la atención de la comunidad y lo escogen para dirigir los boicots contra los autobuses. Si Claudette Colvin no hubiese estado embarazada, si hubiesen actuado en primavera y no ocho meses después, Martín Luther King hubiera sido un reverendo de Montgomery del que nadie habría oído hablar…”.
Se dice más acerca de la complejidad de la lucha por los derechos civiles en América, en esos 3 minutos, que en los plúmbeos 132 minutos de la película de Daniels.
Salvo en las interpretaciones, coincido plenamente con la crítica. Pretenciosa, superficial y simple.
PD: Por si a alguien le apetece seguir leyendo, me explayé hace unos días con mi propia crítica, que sigue no obstante los mismos derroteros que la presente.
Ki__WI: le dire a Manuel que se pase para contestarte… un saludo…