Uno de esos proyectos cinematográficos que llevan rotando en los últimos diez años por las mesas de los ejecutivos de Hollywood, que no terminaban de recibir luz verde, era este retrato de las irreverentes travesuras bursátiles, aderezadas con sexo, drogas y dinero, todo ello en cantidades industriales, de Jordan Belfort, un joven corredor de bolsa que revolucionó el centro neurálgico de la economía de EEUU y que plasmó en su libro de memorias, titulado precisamente “El Lobo de Wall Street”, apodo que recibió por parte de la revista Forbes, “el buque insignia de Wall Street”, como se dice en la película.
Desde sus inicios, el proyecto estuvo estrechamente vinculado a Leonardo DiCaprio (el joven actor se está forjando una de las carreras cinematográficas más atractivas de la industria, junto a Matt Damon, George Clooney o Brad Pitt, todos ellos solventes ejemplos de ser algo más que una cara bonita), quien compró a través de su productora Appian Way los derechos del libro y siempre tuvo en mente a Scorsese para la puesta en escena de la salvaje y desenfrenada vida de su protagonista. Ya desde su esencia, desde las páginas del libro, el actor lo vaticinó como un proyecto hecho para el realizador italo-americano. Así lo percibió éste, mostrando expresamente su interés por dirigirla. Pero, por no terminar de encontrarle el tono apropiado, según sus propias manifestaciones, el realizador lo aparcó y rodó la excelente Shutter Island (USA, 2010). A punto estuvo de rodarla Ridley Scott en ese período, terminando por reconocer el realizador británico que era un proyecto más apropiado para Scorsese, embarcándose igualmente en otras aventuras fílmicas.
Pues bien, finalmente, la quinta colaboración Scorsese / DiCaprio, constituye la adaptación de la novela de Belfort. Tal circunstancia ha sido posible, no sólo por el empeño del actor-productor y del legendario realizador, sino también por la implicación financiera de la productora y distribuidora independiente Red Granite Pictures, fundada en 2010, cuyo glamuroso anuncio de apertura tuvo lugar en el Festival de Cannes 2011, por parte de sus artífices Riza Asis y Joey McFarland. La independencia de la producción ha garantizado la libertad creativa, que, a su vez, ha permitido la incorrección política del tono, lo cual es de agradecer, particularmente en unos tiempos de insultante corrección y de reverencia a la censura. Si bien es cierto que se han tenido que suavizar algunas secuencias en el montaje final (el inicial duraba 4 horas y 10 minutos, reducido a las definitivas 3 horas del montaje exhibido en cines), el tono de esta magnifica película de Scorsese es el más incorrecto que se ha podido ver en un largometraje estadounidense en mucho tiempo (probablemente ésta sea una de las claves de la huída de los espectadores hacia la televisión, pero esa es otra historia), y contiene las secuencias de sexo más explícitas vistas en una película de su realizador, precisamente porque como él mismo revela, el sexo forma parte del modo de vida del personaje principal.
La presencia del avispado productor y guionista Terrence Winter, creador de dos series de referencia en la moderna era de la televisión, al auspicio del canal de televisión por cable HBO, Los Soprano (USA, 1999-2007) y Boardwalk Empire (USA, 2010- ), tiene mucho que ver con el tono definitivo de la película. Winter es un veterano de la escritura mordaz, un especialista en la gran zona gris de la vida de los personajes que traza y en recolocar a los mismos de modo endiabladamente armónico en la trama, como si fueran piezas de ajedrez. Ya coincidió con el director en labores de producción en la segunda de las series mencionadas, cuyo episodio piloto de la primera temporada fue dirigido por Scorsese.
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Margot Robbie y Leo DiCaprio |
No resulta nada complicado observar en la película el esquema, en cierta medida habitual, del eufórico ascenso y posterior caída espectacular de personaje más o menos visionario, al que Holywood nos tiene acostumbrados, ya sea en el entorno de la mafia, del tráfico de armas, o en ambientes bursátiles (aunque en este terreno, las películas más recientes suelen llamar la atención en el origen de la crisis económica actual). Quizá la película del tandem Scorsese / DiCaprio, marca cierta diferencia con otras propuestas similares, en las que normalmente se enfoca el tema con un irritante tono moralizante, que condiciona, o al menos lo pretende, el punto de vista del espectador a quien se le quieren muchas veces aleccionar. El Lobo de Wall Street no pretende, en ningún momento, dar lecciones de moralidad a nadie. Sus artífices nos permiten, sin condicionesni limitadores puntos de vista éticos, que cada uno de los que vayamos a verla obtengamos la conclusión que nos dé la gana y nos riamos como queramos de situaciones cómicas, pese a su claro trasfondo entre dramático, cruel y patético. El dinamismo y entusiasmo proyectado por los artífices, convierten a la película en un largometraje soberbio, muy rico en el desarrollo de los personajes, que se encuentran muy bien contrastados, así como comprendidos e interpretados, por un elenco realmente formidable. Los actores apuntan todos ellos de manera admirable en la misma dirección, sin excepción. A cambio de su entrega, recitan unos diálogos agradecidos, con mucha chispa, mordacidad e ironía.
Tampoco es nada difícil ver cómo Scorsese toma como referencia de estilo y estructura, su propia obra de culto “Uno de los nuestros” (Goodfellas, USA, 1990), extrapolando aquellos mafiosos italianos de Brooklyn, extorsionadores, ladrones y asesinos, con sus estallidos de extrema violencia, por los jóvenes brokers estafadores quienes empleando embaucadoras estrategias (menos violentas que las de los gangsters, pero igualmente graves y peligrosas), amasaron ingentes y escandalosas cantidades de dinero, a costa de arruinar a pequeños inversores del país, ciudadanos de a pie, con sus hipotecas y vidas trabajadoras, seducidos por engañosas y mendaces promesas de ganar importantes cantidades económicas, que nunca llegarían a sus bolsillos (la secuencia en la que Di Caprio está vendiendo por teléfono unas acciones-basura mientras simula practicarle el coito al cliente, con las carcajadas de los otros brokers de fondo, es sencillamente demoledora).
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Johah Hill y Leonardo DiCaprio |
Durante el metraje quedan expuestos los recursos narrativos que sin duda certifican las similitudes de las dos películas de Scorsese. Existen hermosísimos travellings-planos secuencia recorriendo las dependencias de la sede de la oficina donde se desenvuelve la trama, entre los espacios de los distintos operadores bursátiles; o reconocibles planos picados que recorren una dependencia para ver desde arriba las consecuencias de los actos de los personajes. Así, el paseo de Belfort desnudo observando los efectos de la salvaje despedida de soltero en el hotel Mirage de Las Vegas, que le cuesta dos millones de dólares, incluida la restauración de toda la planta 28. dicho plano en picado, incluso, hace pensar en un plano similar que cierra el tiroteo final de Taxi Driver (USA, 1976). La voz en off del protagonista, guiando eufórico al espectador por el entramado universo bursátil, o cómo éste se dirige a la cámara, o sea al espectador (recurso muy usado en series de televisión como House of Cards -USA, 2013-, con Kevin Spacey y House of Lies -Showtime, USA, 2012-, con Don Cheadle, despiadadas y desprejuiciadas miradas al poder político y económico, respectivamente, de su país). Se trata de elementos estilísticos sin duda característicos y emblemáticos en el cine de su realizador, que enriquecen el visionado de tres horas que, aunque no interese demasiado el tema a tratar, y nada hubiese ocurrido si la película hubiera sido aligerada de una hora más de duración, hay que reconocer que transcurren de un modo muy entretenido.
La puesta en escena pone bien de relieve la memoria cinéfila de su realizador, que se remonta, en ocasiones, a las comedias de Jerry Lewis (esa secuencia en la que Belfort no controla su capacidad motriz y tiene que arrastrarse, escaleras abajo incluidas, hasta su Ferrari) o el slapstick o bufonadas de “golpes y porrazos” propias del cine mudo (el lanzamiento de enano a una diana cuyo centro tiene grabado el símbolo del dólar), o la guerra de sexos de las comedias de los años 40, que se vislumbran, salvando las distancias, en algunas escenas entre Belfort y su exuberante segunda esposa, Naomi, o en algunas dinámicas secuencias que transcurren durante el ardor bursátil. Por otra parte algunas escenas remiten a películas concretas y emblemáticas como El Precio del Poder (Scarface, USA, 1980), de Brian de Palma. Por ejemplo esa discusión entre Jordan y Naomi después de hacer el amor, donde aquél coge una bolsa de cocaína que esparce en una mesa, esnifando una montaña de la sustancia, recuerda a aquella similar, donde Pacino en su mesa de despacho esnifaba montañas de cocaína. La colaboración de Jordan con el FBI, remite a secuencias similares de “El Príncipe de la ciudad” (Prince of the City, USA, 1982), de Sidney Lumet, donde el policía delator colaboraba con el fiscal y otros agentes para identificar y detener a otros agentes de policía corruptos. En este caso, Scorsese comparte con Lumet el retrato del drama y la amargura de la caída, y los entresijos de la cooperación policial, diferenciándose de modo evidente en el calculado punto de vista casi documentalista de la obra maestra de Lumet, frente a la óptica intencionadamente colorida, eufórica y decididamente grotesca en ocasiones, en la película de Scorsese.
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Matthew McConaughey |
El film deja bien claro de igual modo, la excelente forma en la que está su director. El veterano cineasta resuelve con mucha naturalidad y autenticidad las abundantes secuencias de sexo, nada fáciles de filmar, que pueblan la película. Por ejemplo, la que transcurre en la oficina después del eufórico y guerrero discurso de Belfort, o la del avión que lleva a los protagonistas a Las Vegas para la despedida de soltero de éste. Por otra parte, Scorsese maneja a brokers sin escrúpulos, amantes, esposas, abogados “…que cobran 700 dólares la hora por ser la voz del juicio final…”, honrados agentes del FBI, banqueros suizos sin escrúpulos, etc, con una naturalidad y armonía magistrales, imprimiendo al complejo film, un ritmo asombroso. El director consigue que un instante aparentemente tan excesivo como el de Belfort arrojándole dos langostas al agente Denham y a su ayudante, para echarlos de su enorme barco (con helipuerto), encaje como colofón de la secuencia (magnífico ese conato de soborno, cuyo preciso e intencionado uso de las palabras, hace que no termine de encajar exactamente en el delito como tal), sin que parezca forzada. Del mismo modo, ese recurrente desorden cronológico, tanto hacia delante (flash forward), como hacia atrás (flashback), que dinamita la linealidad del film y que se emplea tan acertadamente para revelar, por ejemplo, el contraste de la percepción del mundo de Jordan bajo los efectos de las drogas, con lo ocurrido realmente, apunta en la línea anticonvencional del film antes mencionada. La complicidad del realizador con su montadora desde “Toro Salvaje” (Raging bull, USA, 1980), Thelma Shoonmaker, se percibe prácticamente en cada plano. Tranquiliza comprobar que Scorsese está pletórico de salud fílmica. Su anterior película, “La Invención de Hugo” (Hugo, USA, 2011), la mejor película filmada en formato 3D, era una prueba evidente de ello.
Gran entrada sobre esta gran realización del gran Martin! Les cuento que acabo de descubrir el blog y debo decir que es genial. Soy escritor y cineasta, además de consumidor de comics y videojuegos. Si algún día necesitan a alguien más para su staff, I'm in. Saludos desde el otro lado del charco (Ahora, aunque mayo anduve por Sevilla y es hermosa).
Surr: le dare tus impresiones al compañero Manuel. Me alegro de que te guste el blog, y en cuanto a lo de escribir, siempre estamos abiertos a colaboradores. ¿ Me envias un correo a kinharo.defanafan[at]gmail.com y hablamos del tema ?
Ya me cuentas, un saludo.