No es fácil hablar de una figura tan emblemática para el cine como lo es Mario Moreno “Cantinflas”. Se han escrito ríos de tinta acerca de su figura, genio e influencia en el cine internacional, sobre todo porque brilló como nadie en la comedia de los años 40 del siglo pasado, coincidiendo con la Época Dorada del Cine Mexicano.
El surgimiento de “Cantinflas” se da con la consolidación del cine sonoro y los retruécanos orales del peladito eran parte esencial de su encanto cómico, al igual que la comedia física de la cual hacía gala el originario del barrio de Santa María La Ribera en la Ciudad de México: sus bailes torpes de pies cruzados o sus hilarantes riñas chapuceras. Afinó tanto su estilo oral que llegó el momento en que acuñó un nuevo verbo para el idioma español de todas las retahílas brillantemente incoherentes que expelía desde su cavidad bucal: cantinflear (hablar mucho y no decir nada en realidad).
Su fama se propagó con tal fuerza que el mismo Charles Chaplin se convirtió en su fan (tema que se toca en este segundo largometraje de Sebastián del Amo) e incluso hay una anécdota que siempre contaba con mucho orgullo el mismo “Cantinflas” cuando alguna vez se encontró de frente con el creador de “Charlot” y éste le espetó: “en el mundo de la comedia, sólo somos tú y yo”.
El tamaño del personaje de Mario Moreno se volvió tan gigantesco que el osado productor Michael Todd lo reclutó entre sus filas para aquella deliciosa extravagancia fílmica multioscareada que se llamó “La vuelta al mundo en ochenta días” (1956) y que es precisamente el eje enrutador de la esperada biopic del mimo mexicano, metraje que quedó a cargo de Sebastián del Amo (“El fantástico mundo de Juan Orol”).
Del Amo abarca alrededor de 25 años de la vida del genial comediante, desde sus inicios como barrendero en una carpa hasta su encumbramiento en Hollywood al agenciarse un Globo de Oro por su papel de “Passepartout” en la ya mencionada “La vuelta al mundo en ochenta días”.
Pero del Amo no entiende al personaje más allá de una línea biográfica de tiempo, llena de sucesos melodramáticos tratados de la manera más convencional posible. Es claro que este cineasta admira a su personaje y dicha admiración se traduce en la nostalgia por los momentos más notables de “Cantinflas” en esa época: el salto de artista carpero a incipiente estrella cinematográfica, su apoteosis en el séptimo arte con la joya fílmica de “Ahí está el detalle” (Juan Bustillo Oro, 1940) y su consolidación internacional con la producción de Michael Todd que ganó cinco Premios de la Academia Hollywoodense.
Sebastián del Amo no se atrevió un ápice a tocar esta figura sagrada del cine mexicano más allá de favorecerla; no se atrevió a desmitificarlo, al contrario, sólo contribuyó a sacralizar más el mito, la leyenda, a anquilosar la perspectiva que tenemos del gran “Cantinflas”: que era un genio que nació para el cine en el momento exacto de su época.
¿Por qué no haber tocado con mayor profundidad el claro recelo que le tenía Manuel Medel (otro gran comediante mexicano de aquel entonces y que debe ser revalorizado a la brevedad)?
¿Por qué no aclarar de una vez por todas de dónde vino en realidad el mote de “Cantinflas” (donde el mismo Medel se declaraba autor de dicho mote, diciendo que él se lo había sugerido a Mario)?
El cambio que sufrió el personaje del peladito, de ser un pícaro irreverente en los 40’s a uno aleccionador y moralino a partir de los 50’s: ¿Fue por querer desmarcarse de inmediato de ese otro personaje que irrumpió en los escenarios y que encantó aún más a las audiencias, apodado “Tin Tan”?
¿Cómo fue en realidad la relación con su polémico hijo adoptivo, Mario Moreno Ivanova? En fin, que estas incógnitas principalísimas no fueron desveladas y del Amo se contentó con llevar algunos pasajes de la vida de Mario Moreno a la pantalla grande; cosas harto sabidas, ya están ahora, en el cine.
A pesar del espantado Sebastián del Amo, éste dio un paso en firme con la contratación de Óscar Jaenada para encarnar al mimo carpero. Actor de origen catalán y avezado al asunto del biopic por el film “Camarón” (donde da vida al cantaor Camarón de la Isla, interpretación que le valió un Goya), Jaenada sorprende con su bien estudiada personificación de “Cantinflas”, amén de su parecido físico.
Ensayos de catorce horas diarias, que incluían a un foniatra y revisiones constantes a todas las películas del peladito, Óscar saca lo mejor de su repertorio histriónico: la asombrosa capacidad de interpretar a “Cantinflas” en sus gestos, sus pintorescas danzas, su cantinflesca postura corporal y hasta la reverencia clásica del inolvidable 777: “¡a sus órdenes, jeefeee!”.
Causó controversia su designación, pero Jaenada ha demostrado, con su gran trabajo previo y su desenvolvimiento en pantalla, que merecidamente tenía que ponerse la gabardina del gran “Cantinflas”. Óscar se lleva las palmas: su suprema actuación quedará como el sólido acierto de del Amo y que más allá de eso, no hay nada más que destacar del timorato desempeño de Sebastián.
Y para finalizar, me gustaría parafrasear al leitmotiv de esta crítica: “Como dijo Chicaspeare, te vi o no te vi…y si te vi, pus sí me acuerdo”. Y me acordaré por siempre de ti, “Cantinflas”, con esos “momentos momentáneos” tan hilarantes que creaste para todos nosotros. Muchísimas gracias y “¡ahí nos vemos, chato!”.
Un comentario
Una vez más entregas una reseña que invita a ver la película por el sólo hecho de corroborar tus comentarios.
Me preocupa la manera en la que están haciendo películas de la vida de personas como Cantinflas, por que generalmente no se arriesgan a tocar puntos grises o negros dentro de la trama, puntos como los que comentas tan acertadamente y otro tal vez como la faceta personal del mimo de México fuera de los reflectores.
Espero que no se les ocurra hacer una película poco comprometida con la realidad y entorno de otro gran personaje del cine mexicao como lo fue Tin Tan.
Saludos.