En 1988 en realizador estadounidense
Sidney Lumet, azote implacable de la corrupción (prácticamente inventó el subgénero de la corrupción policial en la ciudad de Nueva York), la avaricia, y demás hipocresías y pecados capitales enquistados en la sociedad estadounidense, dirigió uno de sus títulos menos emblemáticos, pero de los más honestos con su particular concepción del cine en términos de denuncia social.
Un Lugar en Ninguna Parte (Running on empty, USA, 1988) narraba la historia de los
Pope, una familia de cuatro miembros que huye irremisiblemente por todo el país del implacable FBI. Abocados a una permanente escapada hacia ninguna parte, como muy bien reza el título en español (o el título original, que adopta el de la mítica canción de
Jackson Browne, de 1977),
Arthur y Annie Pope (excelentes
Judd Hirsch y Christine Lahti) fueron dos jóvenes universitarios comunistas, miembros del ejército de liberación, contrarios a la guerra de Vietnam. En 1971 sabotean, en lo que ellos definen como un acto de conciencia, las instalaciones del laboratorio militar de la Universidad de Massachussets, que fabricaba bombas de Napalm, destinadas a ser usadas en el mencionado conflicto del sudeste asiático. En tal acción, tienen la mala fortuna de mutilar a un guardia de seguridad, que resultó ciego e inválido. El (flojo) guión de
Naomi Foner, compensado con la (astuta) mirada de
Lumet, se centraba en el dilema de
Danny (prodigioso
River Phoenix), el hijo mayor, que desea vivir su propia vida con
Lorna (
Martha Plimpton), ir a la universidad y desarrollar su talento con la música.
¿Hasta qué punto los hijos tienen que cargar con las consecuencias de los actos de sus padres? Se preguntaba
Lumet. “Un lugar en ninguna parte” y “La Conspiracion”, resultan material de apoyo para “Pacto de Silencio”
Los Weather Underground (también conocidos como the weathermen) fueron un grupo reivindicativo de izquierdas de raíz estudiantil, en clara disidencia con la intervención estadounidense en el conflicto de Vietnam, en cuyos discursos dejaban claro que no actuar como lo hacían, era una forma de violencia, y que habían decidido disentir de manera violenta, “trayendo la guerra a casa”, como única manera de tratar de evitar la pérdida de vidas humanas y el uso de las devastadoras bombas incendiarias de Napalm en el conflicto del sudeste asiático. Desde los años 60 hasta mediados de los 70, atentaron contra edificios públicos (entre ellos, el mismo Capitolio en Washington D.C.) y atracaron algún banco, sin que jamás hubiese alguna víctima mortal. La denominación la eligieron sus fundadores según el título de la emblemática canción de Bob Dylan. Los realizadores Sam Green y Billy Siegel realizaron The Wether Underground (USA, 2002), finalista al oscar a mejor documental de larga duración en la edición de la entrega de los premios de la Academia de 2004, sobre este grupo subversivo, reivindicativo para unos, terrorista para otros.
En La Conspiración (The Conspirator, USA, 2010), el veterano actor y realizador Robert Redford, con mucha astucia y solvencia, en un marcado tono de denuncia, se centró en el juicio a los conspiradores por el asesinato del presidente Abraham Lincoln, desde el prisma de la quiebra de las libertades constitucionales (la creación misma de una Comisión Militar para el enjuiciamiento, en terrible paralelismo con la creada para juzgar a los presos ilegales de Guantánamo tras el 11-S, marcó un insalvable punto de inflexión al respecto), que convierte en inútiles los (legítimos) intentos del letrado de la única mujer del grupo, de defenderla con dignidad.
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Susan Sarandon |
En su siguiente film, Redford vuelve a sacudir nuestras conciencias, acudiendo a la historia más Sharon Solartz (Susan Sarandon), es una activista política, miembro del Weather Underground. Buscada por el FBI, desde hace más de treinta años, es detenida justo cuando va a entregarse a las autoridades. Jim Grant (Robert Redford) es una abogado experto en casos de la Primera Enmienda de la Constitución de su país (La libertad de expresión), en pleitos laborales, en la defensa de los derechos civiles, receptivo hacia todos aquellos asuntos que impliquen una romántica y perdida causa, digna de defender. Tiene un despacho modesto, una hija en la preadolescencia, y su mujer falleció el año anterior en un accidente de tráfico. El joven periodista Ben Shepard (Shia La Beouf), de Albany, se ha propuesto seguir la pista a los posibles fugitivos de la antigua organización, buscando su gran artículo. Investigando a Grant, reflexionará con su editor (correcto Stanley Tucci) diciendo que es “un pilar de la sociedad, un abogado de pleitos pobres… nadie de quien pueda sacar una historia”. Pero Grant es en realidad Nick Sloan, activista de la citada Weather Underground, prófugo por su implicación en el presunto robo y asesinato del banco. Tras treinta años de cierta paz y estabilidad, tiene que volver a huir, reencontrándose con antiguos compañeros de lucha, reabriendo viejas heridas, y buscando a su antigua amante Mimi Lurie (estupenda Julio Christie), cuyo testimonio, al parecer, podría exonerar a Sloan de ir a prisión.
reciente de su país. La película que nos ocupa, transcurre en un tiempo presente, en el que pesan los hechos ocurridos en los convulsivos años 70, en las vidas de los personajes, de forma directa o indirecta, y en sus actos.
Como en el film de Lumet, los protagonistas de la película de Robert Redford, están cansados de huir hacia ninguna parte. La secuencia de Sharon Solartz, charlando con el joven periodista Ben, en la sede del FBI, pese a lo irreal de la situación (cuesta creer que los rígidos agentes permitan que ella hable con el joven e inexperto periodista) es, sin embargo, modélica en una honestidad que, desgraciadamente, no se va a volver a repetir. Solartz dirá que lo acontecido en aquellos días “… era una revolución y queríamos formar parte… Nuestro Gobierno mataba a millones. Nos volvía locos no saber qué hacer… todo el mundo conocía a alguien que fuera a la guerra o que no iba a volver. Nadie llega a mi edad sin arrepentirse de algo. Si no tuviera hijos, unos padres a los que quiero, volvería a hacerlo… de otra forma. Cometimos errores, pero teníamos razón”. La secuencia, resume perfectamente el dilema y conflicto de estos hombres y mujeres de edades avanzadas, cuyos actos, no sólo han destrozado el devenir de sus existencias, sino también el de sus seres queridos. Sin duda, a Redford le sedujo poderosamente la idea de plasmar en imágenes el guión de Lem Dobbs, según la novela de Neil Gordon, que contiene una trama que le permite tender puentes con los años dorados de su filmografía, en los que protagonizó películas tan emblemáticas y maravillosas como Los Tres días del cóndor (The three days of Condor, USA, 1975), de Sydney Pollack o Todos los hombres del Presidente (All the president’s men, USA, 1976), de Alan J. Pakula. Títulos de marcado tono reivindicativo, cuya influencia en el cine actual daría para un ensayo apasionante. Robert Redford ya jugó con una historia de suspense, traición o desengaño, entre el pasado y el presente, en la muy entretenida Fisgones (Sneakers, USA, 1992), de Phil Alden Robinson.
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Robert Redford |
Realmente la segunda década del milenio y la de los setenta del pasado siglo, están armoniosamente entrelazadas en la cinta de Redford. Hay un momento particularmente significativo, en la que el personaje de Jed Lewis (Richard Jenkins), profesor de universidad, antiguo pacifista, opuesto a los métodos de la violenta organización antes mencionada, hablando con Sloan, le comenta que, para los jóvenes de hoy, la historia de aquellos años es “Historia antigua”. “…La escuchan fascinados y aplauden, pero enseguida se actualizan en su perfil de Facebook y se olvidan…”. Resume muy bien lo lejano en el tiempo de aquellos años de lucha por lo que creían correcto en esa utópica quimera de querer cambiar el mundo, en claro contraste al acomodado modo de vida de los jóvenes en la actualidad.
En cuanto Grant se desenmascara en Sloan, la película, lamentablemente, navega, a nivel de guión, en meandros de servidumbre del star system y en particular del carisma de su protagonista. Redford deja a su hija con su hermano Daniel Sloan (Chris Cooper) y lucha por “limpiar su nombre”. Lumet fue sin duda más honesto, pues sus personajes, los Pope, eran clara y manifiestamente culpables, aunque solo fuera porque aceptaron la posibilidad de lesionar gravemente a alguien con sus actos de lucha, y asumían su culpabilidad, y si huían, se alimentaban con la idea de que lo hacían para criar a sus hijos, reflexionando sobre la gran zona gris de su existencia, sin falsos moralismos. Redford parece tener que buscar necesariamente la forma de dejar claro que su personaje no asesinó a nadie.
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Shia Labouf y Terrence Howard |
Redford acierta, sin embargo, en una puesta en escena muy sobria, casi imperceptible, enfatizando adecuadamente ese peso del pasado en las machacadas vidas de los veteranos protagonistas y secundarios, quienes de algún modo vivieron, aquellos reivindicativos años 70, dejando que el atractivo tema se expanda, con las deficiencias apuntadas. La cámara de Redford capta estupendamente las secuencias-vehículo de lucimiento para el estupendo y certero casting, compuesto por un puñado de actores y actrices que fueron jóvenes en los 70, y que arropan (o viceversa) a jóvenes actores, como LaBeouf, o Brit Marling, la atractiva protagonista de La Otra tierra (Another Earth, USA, 2011), de Mike Cahill, también excelentes. Con una mirada o un gesto, los veteranos actores transmiten culpa, redención, idealismo, egoísmo, frustración… en definitiva, ese interés de la película por reflexionar sobre unas vidas plagadas de errores, plenamente conscientes de ello, y de lo injusto que resultan esas consecuencias para quienes no han formado parte de ello, como las hijas de los protagonistas. Los actores transmiten tantas sensaciones complejas, que enriquecen el progreso narrativo del relato. Redford no tiene más que dejar hacer a Brendan Gleeson, Nick Nolte, al excelente secundario Stephen Root (su particularmente turbadora presencia, cargada de ironía, puede verse en su diversas series de televisión actuales), o los mencionados Julie Christie, Richard Jenkins, o Susan Sarandon, maravillosos todos ellos en sus evocadores personajes, por quienes el liberal Redford siente y detenta manifiestas simpatías, frente a los acartonados y antipáticos agentes del FBI, liderados por Corneliuos (Terrence Howard). Al invertir, de alguna manera los roles tradicionales, se le da cierta densidad o pátina de color gris a la historia. Quizá Redford se apoye demasiado en la, por otro lado, magnífica banda sonora de Cliff Martínez. En otros trabajos de Soderberg o de Winding Refn, Martínez suena mejor, menos redundante, o, si se quiere, más mimetizado con las imágenes.
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Brit Marlin |
Personalmente, me queda un irresoluble deseo: el de la película que transcurriría hace treinta años, con todos estos personajes jóvenes y apasionados en plena lucha por su causa, que terminaría con ellos desperdigados por todo el país, tratando de recomponer sus existencias. Puestos a imaginar y pretender, con los mismos actores y bajo la batuta de alguno de los grandes realizadores curtidos en aquellos tiempos, como los mencionados Pakula o Pollack, lamentablemente fallecidos.
Os dejo por aquí el tráiler, y algunas frases de la película que no tienen precio.
Hace treinta años un tipo listo y culto como tu, se habría metido en aquel movimiento
Jim Grant/ Nick Sloan (Robert Redford) a Ben Shepard (Shia LaBeouf),
Dejar a la gente sin dinero con las preferentes es legal, pero comerciar honradamente con marihuana es… ilegal
Mimi Lurie (Julie Christie), a Mac McLeod (Sam Elliot)
– ¡La Lucha no ha acabado solo porque tú te hayas hartado de ella!
– No me he hartado, he madurado
Conversación entre Jim Grant/ Nick Sloan (Robert Redford) y Mimi Lurie (Julie Christie)
“No era un sueño, era una posibilidad que pudo ser realidad. Pudimos hacerlo… Pudimos cambiar el mundo”
Jim Grant/ Nick Sloan (Robert Redford) a Mimi Lurie (Julie Christie)