Joseph Bishara siempre se ha sentido atraído por las cosas oscuras, Muerte, horror, miedo. Una combinación, según él, de sensibilidad y visión. Experimentación. Ir más allá. Al más allá. El lugar que el elige habitar por iniciativa propia. Si mirarle asusta, hay que ser muy valiente para escuchar las notas que salen de esos oscuros intereses. Porque la música de Bishara existe casi exclusivamente para el horror. Su lista de colaboraciones así lo justifica: Marilyn Manson, Nine Inch Nails, Christian Death, John Carpenter, James Wan…
La música de Bishara es parte y todo de las películas que habita. El 80% del terror está contenido en las líneas de sus pentagramas desestructurados. Los caminos de la disonancia son inescrutables. Atonalidad y dodecafonía. Sonidos tan infinitos como el propio más allá. Tan malignos como los entes infernales. Tan desasosegantes, irritantes, desconcertantes, molestos y terroríficos como el mismo demonio.
En ambas, como es característico de su estilo y muy propio en el género de terror, compone una banda sonora desestructurada basada principalmente en el metal. Sin temas principales ni centrales reconocibles. Sin un hilo conductor al que sujetarnos. De tal forma que el oído se pierde en timbres propios de instrumentos infernales, se desequilibra, se enerva y se descoloca, contribuyendo a que los sentidos se pierdan en ese submundo de miedo. Pero de las dos películas protagonizadas por el matrimonio Warren es la primera la que acoge a la música con mayor firmeza, integrándola dentro de cada elemento del conjunto. Todos los sonidos -llámense palmada, golpe, crujido, chirrido, grito, soplido del viento o el mismo viejo piano del sótano- forman parte de la música. De la misma forma que los espíritus traspasan la línea de lo real e irreal, de la vida y la muerte, del bien y del mal, estos sonidos traspasan la línea que separa la diégesis de la música incidental, invadiendo terreno ajeno y poseyendo con su fuerza aquello que no deberíamos ver. De tal forma que el terror se infiltra en cada milésima parte de milímetro y en cada milésima fracción de segundo. En ondas que no deberían ser suyas y que, por tanto, sentimos como amenaza. La segunda película, al no contemplar este aspecto y otorgar un menor protagonismo a la música, recurre a otros recursos para buscar el terror, en este caso al silencio. ¿Hay algo más terrorífico que el completo y absoluto silencio?
Como las mismas historias, la música también contempla momentos de descanso. Algo imprescindible cuyo fin contrapuntístico sirve para incrementar el horror del resto. Aquí, y como confirmación de la pertenencia al mundo oscuro de Buishara, el tema dedicado a las dos familias (Los Perron y los Hodgson) es obra de Mark Isham, compositor más amable, nominado al Oscar por El río de la vida (Robert Redford, 1992). Al ser el mismo en las dos películas une a las familias, cuyas vidas han quedado unidas por los sucesos sobrenaturales y por la ayuda de los Warren, quienes también tienen cabida en el tema. Dentro de esta categoría que podríamos denominar de contrapunto, podemos incluir las melodías de los juguetes de los niños, y el villancico y el tema “Can’t help falling in love” de Elvis Presley de la segunda película.
Dicho esto, y después de ver las películas de James Wan y escuchar a Bishara no puedo afirmar con seguridad que la música amansa a las fieras. En ocasiones, como esta, las invoca.