Una vez más es necesario sacar a colación el manido debate acerca del cine industria o cine arte. Una vez más hay que defender el cine de género frente a la horda que es incapaz de comprender la existencia de películas que nacen sin ningún tipo de pretensión salvo la de hacer pasar un buen rato, es decir, productos que sirven para una evasión. Y también se hace imprescindible hablar sobre las diferentes visiones que se dan de personajes que han tenido una vida anterior al cine en las páginas de los libros. Porque claro, si el punto de partida para valorar esta película es tener en cuenta lo que hizo Eddy Murphy, ignorando que ya hubo versiones de cine y tv anteriores y que antes de todo esto, estuvo el Doctor Dolittle de los cuentos, entonces ¿Cuál e es el sentido de hacer una crítica a esta película? ¿Simplemente insultarla y denigrarla porque es la moda? Una vez más, y como ha ocurrido recientemente con Cats, Internet nos da una muestra de sus males, al crear una moda que la sociedad ha de seguir de forma ovejuna.
Pero no es el caso de quien esto escribe, que ha acudido a la sala de cine para poder ver esta película, sin ninguna expectativa concreta salvo la de dejarse llevar por la propuesta. Porque las películas también son eso, propuestas, y los espectadores podrían hacer alguna vez el sano ejercicio de contemplarlas desde esa perspectiva. Pero es más fácil no reflexionar y dejarse llevar por lo que digan el resto de las ovejas del obediente rebaño, lo cual por supuesto incluye el no acercarse a ver la película. Porque desde luego cualquier persona aficionada mínimamente al séptimo arte, si ve a este nuevo Doctor Dolittle interpretado por Robert Downey Jr., no podría en ningún momento aseverar con tanta rabia que se trate de una de las peores películas de la historia. Sobre todo sin verla. Un servidor la ha visto y la disfrutó, pasó un rato muy agradable y sintió que el dinero de la entrada había sido bien empleado.
Para empezar a hablar del Doctor Dolittle, hay que tener en cuenta sus orígenes, en la pluma de Hugh Lofting, un escritor británico, coetáneo de Tolkien, CS Lewis, y posiblemente compañero de trinchera del creador de la Tierra Media durante la Primera Guerra Mundial. Lofting contempló el horror de la guerra, la muerte y la destrucción; y especialmente, vio con estupor el reguero de muerte que dejaba en los animales. Una chispa se encendió en su mente y entonces, ese miedo que él sufría comenzó a plasmarse en el papel bajo la figura del doctor John Dolittle, un médico de la época victoriana que tenía una especial empatía con los animales. Unas trece novelas se publicaron con las aventuras del personaje. Libros que en su momento fueron calificados como juveniles, algo que el autor siempre denostó porque él pretendía transmitir otra serie de cosas. De hecho, algunos estudiosos de la obra aseguran que en sus textos se puede percibir un trasfondo bastante pesimista acerca del ser humano.
Teniendo en cuenta estos datos ya se puede explicar el motivo por el que Stephen Gaghan ha realizado su película como lo ha hecho. Él fue lector de niño de los libros, y ahora quería hacerles un regalo a sus hijos, para que estos sintieran lo mismo que él experimentaba cuando leía las andanzas del peculiar personaje. Por lo que estamos ante una visión personal, que se ajusta perfectamente a los antecedentes literarios donde no predomina la comedia, aunque esta forme parte de las historias, sino un tono diferente. Quizás sea esto lo que a numerosos espectadores y críticos les ha llevado por el camino de la amargura, esperando algo parecido a lo que hizo Eddy Murphy y encontrándose con otra historia bien distinta. Porque el Doctor Dolittle siempre ha sido ante todo un personaje nacido en el género de los libros de aventuras como la Isla del Tesoro o cualquier otro de Julio Verne; libros que llevan a los lectores a sitios exóticos, buscando tesoros etc. El director ha optado en la película por reflejarnos a un protagonista ya conocido, una especie de héroe popular caído en desgracia y que lucha durante la cinta para superar un hecho traumático. Y lo hará gracias a que debe salvar a la reina de Inglaterra de una terrible conspiración, que le llevará a viajar a una isla perdida y vivir una gran aventura.
Antonio Banderas en ‘Las Aventuras del Doctor Dolittle’ |
Sin haber leído ninguno de los textos originales, sí que el que esto escribe ha podido percibir un aroma clásico de aventura muy sencilla. En el aspecto formal de la película quizás la primera parte, con un maravilloso prólogo en animación, son lo mejor de la cinta, ya que la segunda parte más centrada en la acción es más irregular cayendo en ocasiones en situaciones algo forzadas. En líneas generales la cinta se deja ver bien, especialmente, si el espectador se quita los anteojos de los prejuicios y se transforma en un niño. Esto puede que sea lo más complicado debido a que ahora la concepción que hay del género de aventuras solo abarca un tipo concreto de películas más relacionadas con los superhéroes. El Doctor Dolittle es un superhéroe de una época y de una sociedad muy concretas. Posiblemente el principal escollo sea el puramente generacional.
Sin duda, ha sido una experiencia amena, con un importante subtexto marcado por el ecologismo y un tono outsider en el que los animales son más humanos que los humanos y nos hablan de nuestras emociones más profundas como la orfandad, el corazón roto por el desamor, la necesidad de un vínculo familiar y alguna que otra cuestión complicada de percibir si solo se permanece en la anécdota de que son animales parlantes. ¿Un problema de tono? ¿Quizás es una mezcla demasiado arriesgada de comedia y drama? A pesar de ello, las aventuras del Doctor Dolittle son un delicioso entretenimiento.