Mis oídos tiemblan cuando escuchan la palabra adaptación. Imagino pentagramas huyendo despavoridos de sus cuadernos pautados. Notas negándose a salir al escenario. Tonalidades confusas intentando retener sus bemoles y sostenidos. Voces cantando su último estertor. Y yo, feliz durante tantos años, ajena a la existencia de sacrilegios musicales contemporáneos, viendo como mis expectativas disneyfilas se desinflan irremediablemente: ¡corred insensatas!
Aunque por suerte no siempre es así. Se han dado casos de arreglos y experimentos musicales que respetan la sensibilidad de los nostálgicos. Incluso se han dado casos en los que he tenido la ligera sensación de que algún día tendré el mismo sentimiento respecto a la adaptación –cuando en un futuro apocalíptico no muy lejano empiecen a llover reboots y rereboots−. Más allá de la muerte de la animación original, la compasión existe.
Hasta el momento (escribo esto en septiembre de 2019), han sido seis las adaptaciones de Disney: El libro de la selva (John Favreau, 2016), La Bella y la Bestia (Bill Condon, 2017), Dumbo (Tim Burton, 2019), Aladdin (Guy Ritchie, 2019) y El rey león (John Favreau, 2019). De una forma u otra, todas han conseguido resucitar los clásicos más clásicos, ya sea por resurrección, por redescubrimiento o por hallazgo –en el caso de los pobres niños que aun vivían ajenos a su existencia−. Se ha hablado mucho del reparto, de la técnica y de los cambios en el argumento. Sin embargo, no se ha hablado en la misma medida de la música. Algo que llama la atención si tenemos en cuenta que, ante todo, estas películas pertenecen al género musical, y que todas sus versiones animadas −excepto El libro de la selva− ganaron el Oscar a mejor banda sonora original y mejor canción –Dumbo solo en la primera categoría−.
Las decisiones musicales han sido variadas, por lo que sería necesario hablar de cada por separado. Pero en general se pueden sacar varias conclusiones que nos pueden ayudar a entender los entresijos de estas nuevas adaptaciones. Empecemos con las canciones.
Las canciones son el elemento más importante de un musical. Si bien todos los largos animados de Disney han llevado al menos una, sería La sirenita (John Musker y Ron Clements, 1989) la que marcaría la pauta desde entonces gracias a la increíblemente genial partitura de Alan Menken.
Así, menos El libro de la selva y Dumbo, las cuatro restantes siguen el patrón impuesto por dicho compositor que, por suerte, se ha respetado, aunque la tendencia ha sido a incluir alguna canción nueva, con el consecuente riesgo de pérdida de simbolismo o falta de cohesión. De todas las de nuevo cuño, quizás haya sido las de La bella y la Bestia (destacando “Evermore”, de Alan Menken con letra de Tim Rice) las que mejor han funcionado, tanto por el empleo de una textura similar al resto, como por el realce conseguido de ciertos personajes como la Bestia y el padre de Bella, sin cambiar un ápice del argumento. A Menken corresponde también “Speechless” de Aladdin, que si bien permite lucirse a la actriz Naomi Scott (Jasmine) e intenta adaptarse a los tiempos, se desvía demasiado de los recursos compositivos de las otras canciones, convirtiéndose en un tema que funciona mejor fuera que dentro de la película.
En cuanto a “Spirit”, de El rey león, la gran apuesta de Beyoncé no es más que un reclamo para una canción que mejor hubiera requerido una voz masculina –aunque es Nala quien impulsa a Simba a volver, es él en este momento el que encuentra la fuerza en su verdadera realeza− y que lo único que hace es alargar una secuencia sin otra justificación que el lucimiento de la cantante.
Los casos de El libro de la selva y Dumbo son bien diferentes En la primera se suprimieron las canciones, restando no solo atractivo –los temas compuestos por George Bruns, Richard M. Sherman son sin duda momentos clave del largo original− sino simbolismo a la partitura −al no tener los temas instrumentales el apoyo de las letras de las canciones−. De esta forma, la historia se quedó sin “lo más vital”. En cuanto a Dumbo, pese a que se suprimió la canción de los cuervos –importantísima para el sentido general del guión musical original−, el arreglo de “Baby Mine” (Frank Churchill con letra de Ned Washington) es realmente ingenioso, aportando nostalgia y restando tristeza a una nana con la que todos hemos llorado de pena.
Junto a esto, los arreglos y recortes. Este aspecto afecta principalmente a El rey león, donde se han suprimido los pequeños temitas de Timón y Zazú –que aunque no tenían mayor relevancia eran realmente graciosos−, se ha recortado vilmente la de Scar –con un simple recitado que suprime varios fragmentos−, y “La noche del amor”… se canta a plena luz del sol. Si bien la secuencia de “Dormido está el león” supera con creces la original, y el cambio del pequeño temita de Timón por el guiño a La Bella y la Bestia es genial –no por casualidad Timón y Pumba son lo mejor de esta nueva versión−.
Por último, hay que tener en cuenta que las canciones son diferentes según veamos la versión original o doblada, ya que los cantantes o actores que ponen voz a los personajes hacen su propia versión de los temas. Tanto La Bella y la Bestia como Aladdin han salido bastante indemnes en este sentido -incluso el pequeño toque Will Smith hace su genio aún más genial-. Sin embargo, la versión en español de El rey león pierde frente a la original, principalmente en dos aspectos: tonalidad –con los consecuentes arreglos para que algunos intérpretes lleguen a ciertas notas− y lucimientos fuera de lugar –en especial la voz del pequeño Simba, quien debía cantar más como un leoncito y menos como un pedante cantorcillo−.
Continuará…