Se dice que una leyenda, se construye a través de un relato o un personaje real, basado en unas características modificadas por la fantasía o la admiración.
No se puede negar a estas alturas, que Tom Cruise, es la última estrella viva del firmamento de nuestra nostalgia. Un montaraz solitario descendiente de otra época en la que las estrellas brillaban en la pantalla y fuera de ella. Un actor, al que le han perseguido los rumores y las acusaciones, pero que siempre ha demostrado su pasión por el cine y la disciplina por el trabajo. Entendiendo el cine, como la especial capacidad que tiene, para seducir a los espectadores de una forma más directa, más rápida y más primaria que cualquier otra disciplina artística.
Un actor que debutó en 1981, y ahora, más de cuarenta años después, sigue siendo una leyenda inalterable del cine entendido como entretenimiento, diversión y magia.
Hay películas que te dejan marcado en la memoria una sonrisa perenne. Esa sensación de que puedes conseguir todo aquello que te propongas en la vida. Que todavía se ilumina más en la pantalla, si viene con ese carisma imperecedero que destila en cada plano Tom Cruise. Este es el caso de Días de Trueno, sí es Top Gun pero con coches, una película en la que el mismo equipo creativo se plagió a sí mismo.
El director Tony Scott volvió a trabajar con Tom Cruise en una versión con más adrenalina y testosterona que la película aérea. Seguramente para muchos es poco menos que un delito lo que estoy diciendo, deshonrar Top Gun. No estoy negando su importancia en la historia del cine de acción, y por supuesto, que soy de los que disfruto de su mítica iconografía. Pero es verdad, que Días de Trueno consigue que casi puedas oler la gasolina, sentir la vibración de los motores, y entre medias, percibir la construcción de una historia, que se teje entre dos tramas, una romántica y creíble con Nicole Kidman, y otra de amistad entre alumno-mentor. Es en este punto, por lo que digo que Días de trueno es una película mejor, en su guión, que supera con creces al original. El encargado del mismo es Robert Towne (Chinatown), aunque también es verdad que nunca termina de exprimir sus posibilidades, porque lo que realmente importa es el espectáculo.
Probablemente su planteamiento no desborde la profundidad necesaria para ser considerada una gran película, pero sin duda, si que sirve como un verdadero pasatiempo que rebosa entretenimiento. Es de esas películas que cuando la ponen en la tele la acabas viendo, aunque te la sepas de principio a fin. Porque en definitiva, es un espectáculo de primera hecho con estilo y elegancia. Ya desde los títulos de crédito, vemos esos planos iniciales que detallan cómo funciona todo el engranaje interno de un estadio antes de las carreras, con planos cortos nos muestra todo lo que rodea el mundo de la competición de la Nascar. Primeros planos acompañados de una música pegadiza y motivante. Su estética visual te invita a entrar en su fascinante mundo, seas o no, amante de las carreras. Esquema marca de la casa de muchas películas de su director Tony Scott. No importa que sepas nada sobre coches, todo el montaje está dispuesto para que percibas la aceleración como el punto de arranque de la aventura. Las secuencias iniciales ya vaticinan que te vas a ver arrastrado por el encanto y la épica de las motores sobre el asfalto, y que te va a ser difícil no verte asaltado por la emoción de la velocidad.
No tardamos en conocer a los personajes principales. Primero, abordamos al de Robert Duvall. Un personaje herido, que busca refugio después de un incidente con su anterior piloto. Importante este aspecto, ya que será la baza narrativa dramática que se establecerá entre los dos protagonistas. En pocas palabras, se nos muestra que por supuesto es el mejor mecánico que hay. Qué sentido tiene, sino eres el mejor, para salir en una película. A continuación, llega la presentación de la estrella de la función. Puede que no haya momento más cautivador para un adolescente, quien no ha soñado con imitarlo alguna vez, que ver a Tom Cruise en una moto atravesando el humo de los coches, con sus gafas de sol y su chupa de cuero, mientras todos se preguntan quién es ese motorista. Aunque he decir que me gusta mucho más la chaqueta que usa en Top Gun.
Al borde de la pista se establecen unos diálogos cortos, donde descubres la arrogante mirada de Tom. Y… ¡Bum! Sin darte cuenta ya estas metido de lleno en la historia. Y sí, te sabes el final, sabes que va a ganar, pero así y todo quieres llegar a la meta subido en ese coche junto a Tom. Ayuda también esa presencia magnética que destila en pantalla tanto Cruise como Duvall, este último, capaz de hacer creíble cualquier película. Mención especial a un magnífico Michael Rooker, con su personaje antagonista, que le da una dimensión dramática al relato que no es muy habitual en este tipo de producciones. Otra diferencia con Top Gun, es el trato que se le da al personaje femenino, que intenta alejarse de los clichés típicos de la década de los 90. Aunque sus diálogos y su personaje no terminan de estar bien desarrollado, la presencia y el buen hacer de Nicole Kidman, elevan un poco las prestaciones de la contraparte femenina.
La película tiene una atractiva fotografía, como ejemplo, esa panorámica de la pista de carrera con el atardecer sobre los coches. Una buena banda sonora realizada por Hans Zimmer, y que te sumerge de lleno en un mundo de épica donde los coches son los caballos que te llevan a la batalla, y a la victoria. Encontramos todos los elementos de una película heroica, como la amistad leal y los clásicos valores de superación y voluntad.
Si tienes necesidad de adrenalina, pasión y velocidad, es posible que esta película, a la sombra de Top Gun, sea tu salvación. En definitiva, “Días de Trueno” es entretenimiento, sí, pero del bueno.