El director Kenneth Brannagh regresa a la pantalla grande con Belfast, la que quizás, sea su película más personal. Alguno dirá que todo lo que hace siempre es personal, por aquello de la afición que tiene a adaptar a Shakespeare al cine. Pero aquí hablamos de una obra autoral y memorística en la que profundiza en sus propias raíces. Una obra dedicada “a los que se fueron, a los que se quedaron, y a los que se perdieron”. Y de nuevo queridos lectores, utilizaré el término de obra magna o maestra para definirla. Porque desde mi punto de vista, esto es lo que vi durante el fin de semana de su estreno. Viví una auténtica experiencia, llena de sentimientos, de emociones; una historia tan grande como la vida misma, llena de personajes entrañables, con momentos de ternura y comedia, pero también, con una buena dosis de drama social, porque precisamente el fondo de la historia no es que sea especialmente agradable.
Pero lo que hay que agradecer al creador de la obra es precisamente ese tono esperanzador que le ha dado en todo momento. Belfast es la historia del joven Buddy y su familia de clase trabajadora que viven en una céntrica calle de la ciudad en los años 60. La película empieza con un conjunto de preciosas panorámicas de Belfast en color y, de fondo, el tema Warm Love del gran Van Morrison (autor de la excelente banda sonora del film), y poco a poco, la cámara se torna a un bello blanco y negro, mostrando el gran trabajo fotográfico de Haris Zambarloukos (inspirado según el director en Henri Cartier Bresson) para dar esa atmósfera de realismo que requiere el relato. Por otra parte, la cámara está en todo momento, o en buena parte de ellos, a la altura de Buddy (un impresionante Jude Hill) para darnos su punto de vista de los acontecimientos, porque el relato se compone de dos géneros fundamentalmente: el relato costumbrista con el marco sociopolítico del momento, y por otro, la historia de iniciación del protagonista a la vida adulta, ya que a su temprana edad, descubre hasta donde es capaz de llegar el hombre cuando está enfermo de odio.
Como le dice su padre (Jamie Dornan): La religión es el maldito problema. Pues esta es la realidad de lo que sucedía en Belfast, una sociedad dividida por un conflicto religioso y que obligó a una familia a exiliarse para poder vivir. Mientras el conflicto se desarrolla en el fondo del film, la cámara pone especial atención en los instantes de felicidad, aquellos en los que Buddy juega en la calle con sus vecinos, o cuando mantiene conversaciones de hondo calado con su abuelo (Ciaran Hinds) sobre el sentido de la vida y sobre quienes somos. “No pienses tanto en lo que quieren tu padre o tu madre. Piensa sobre todo en lo que quieres tú”. Y es que en Buddy se enciende la chispa del amor con Catherine, a la que promete que volverá a ver cuando regrese de Londres.
Belfast es un precioso relato de buenas personas para buenas personas. Una cinta que llega en el momento más apropiado a nuestras salas, con ganas de arrasar en los Oscar (personalmente que se ahorren la ceremonia y le den a esta película todos los premios) y que, debido a los tiempos que vivimos plagados de deshumanización y de pérdida de algunos valores que destacan en la película (el respeto a los mayores, el amor verdadero basado en los pequeños detalles, la amistad, la importancia de la honradez, la lealtad) la convierten en uno de los estrenos más importantes de este 2022. Os invito a que viajéis con Kenneth Brannagh al interior de esta maravilla cinematográfica, una auténtica obra maestra que ojalá marque un antes y un después y suponga recuperar para los cines este tipo de películas, en definitiva, lo que ha sido siempre el Cine, una puerta a la imaginación, a diferentes mundos. Y si este viaje lo hacéis acompañados de Van Morrison y su Days Like this, mejor todavía.
