Buen tiempo, mucho cine y mucha, muchísima gente. Por delante cuatro días para contaros mis andanzas cinéfilas por la 64 edición del Festival de San Sebastián. Pasen y lean, que yo pongo los ojos y las letras.
El primer día (18 de setiembre) se levanta con el regreso de Amenábar y se acuesta con el dúo Ricardo Darín-Javier Cámara. Entre medio, una rueda de prensa donde descubrimos algún que otro secretillo, y una pequeña sorpresa inesperada por las calles de la ciudad.
Los demonios de Amenábar
Si nos hicieran una regresión y nos preguntaran por Amenábar, recordaríamos cientos de cosas y en diversos formatos: desde VHS hasta la más alta definición. A todos se nos pasarían por la cabeza millones de imágenes y sonidos, de intrigas y misterios, de símbolos, significados y sorpresas. Y muchos de nosotros nos despertaríamos algo asustados o, como mínimo, bastante confundidos. Y es que lo de Amenábar no es el terror por el terror, sino el gusto por el terror y el disfrute de contarlo desde lo más oscuro y retorcido de la mente. Porque incluso cuando no es terror lo que cuenta, siempre hay algo de terrorífico: ya sea la muerte, el fanatismo o la incomprensión. Y un poco de todo ésto, sin aliño especial alguno, tiene también su nueva película: Regresión.
La expectación era enorme. Seis años en la oscuridad pueden dar mucho miedo, sobre todo cuando quien está en esa oscuridad es un declarado “amante del terror”. Colas inmensas y muchas uñas mordidas de impaciencia en una inauguración de festival que prometía ser apoteósica. ¿Qué pasó después? Grandes expectativas que terminan causando cierta desilusión, que no decepción completa.
Influenciada, según el propio director, por el thriller setentero: “Alan Pakula, Sidney Lumet…”; un cine “seco, clásico, sin efectos de ningún tipo”; y siguiendo la corriente de los El Exorcista, La Semilla del Diablo, etc…que “contribuyeron a crear una cultura del satanismo en Estados Unidos”; Regresión no explora tanto el fenómeno satánico como la psicología humana, abusando demasiado del thriller policiaco y con un cierto regusto a drama superficial.
La historia no termina de atrapar. Los mcguffins pasean a sus anchas. A veces con mayúsculas. Donde se podría profundizar se excava solo un pequeño agujero. Y lo que debía ir en aumento, acaba casi tropezando. La caída final se evita por aquello del que firma la película, de los que firman el reparto (mejor Ethan Hawke -¿por qué me recuerda a Kevin Bacon?- que Emma Watson), por eso del da bastante que pensar y por unos créditos finales que merecen un ratito más en la butaca escuchando la música de Roque Baños, de cuya composición fue testigo el director paso por paso.
Nos quedamos con las ganas del mejor Amenábar. Un Amenábar que siendo preguntado por nuevos géneros dejó abierta una curiosa pregunta: “¿Por qué no una comedía? ¿Por qué no una comedia musical?”. ¿Cuántos años tendremos que esperar?
Y entre medio…¡Sorpresa! No todos los días se cruza una con Benicio del Toro…
Las penas, con Truman, son menos.
Acabamos el día con
Truman. Comedia negra con mucho de ambos adjetivos.
Negra, negrísima, en el sentido más cómico de la palabra. La enfermedad terminal tratada a la inversa de la corriente. Sin penas, pero con mucha gloria. Así pasó la película de
Cesc Gay por el Teatro Principal de San Sebastián.
Tan simple como la muerte, que es simple en sí misma. Dos actores en estado de gracia. Dos personajes con mucha gracia, que no en pleno estado de la misma. El Darín de la buena muerte y el Cámara de la resurrección perpetua. Y un perro, Truman, que más allá de ser tan solo una excusa (muchas veces lo parece), nos guía con su ladrido silencioso hacia lo inevitable y hacia la continuación. Cada plano, desde su sencillez extrema, invoca un mensaje de sabiduría terminal y saca desde lo más profundo de las risas una sonrisa que esquiva el triste final.
Una historia conocida, la de la enfermedad terminal, mil veces contada, mil veces vista. Sin el azúcar amargo y empalagoso de Bajo la Misma Estrella (Josh Boone, 2014) o Ahora y Siempre (Ol Parker, 2012). Sin la triste degeneración de Siempre Alice (Richard Glatzer, Wash Westmoreland, 2014). Un poco más cerca del Dermot Mulroney de La Fuerza de Vivir (Ed Stone, 2006), pero sin el romanticismo asociado. Y con un ojo puesto en ese Mar Adentro (Amenábar, 2004) que busca la comprensión. Truman comparte con ellas lo principal, pero escapa a los clichés por el camino de la alegría del morir y del vivir hasta la muerte. Tanto es así, que en los últimos veinte minutos la película se resiste a un fin que quería llegar un poco antes y se alarga en un último estertor un tanto forzado, pero que no cansa ni al más moribundo de los cinéfilos tras un día repleto de eso: de cine.
En resumen:
–Regresión: 6 /10
–Truman: 7.5 / 10
El segundo día ya ha empezado…