Todos conocemos la historia de Candyman, y sus consecuencias siguen hoy en día. Un lugar; Parque Cabrini, en Chicago. Un sitio de pobreza, donde se guardan numerosos sentimientos de ira, sufrimiento y rencor por un pasado que se niega a caer en el olvido. Muchos preguntan: ¿Qué es Candyman? A esta cuestión han intentado responder Jordan Peele (Déjame Salir, Nosotros) y la debutante Nia Dacosta tras la cámara. Y en su tramo final, puede que encontremos esa ansiada respuesta.
La mayor parte de las valoraciones que se han realizado sobre esta película, se centran exclusivamente en hablar de que se trata de una secuela espiritual de la cinta original, repitiendo los lugares comunes a que nos están acostumbrando las diferentes interpretaciones sobre el fondo de las películas, buscando siempre un significado político a todo (el marxismo cultural que sigue impregnándolo todo con demasiada fuerza). Todo es político, y aquello que no lo es, no tiene utilidad. Y al pensar y analizar de esta forma, lo que ocurre es que las conclusiones a las que se llega suelen ser superficiales y repletas de clichés.
Sí, desde luego que el cine de Jordan Peele se caracteriza por tener un ingrediente sociológico en el que habla sobre el racismo y bla bla bla…pero en esta película, la tesis va por otro camino, que no es ni más ni menos que el camino seminal planteado en la película del año 1992 que protagonizaran Virginia Madsen y Tony Todd: el poder del mito, la influencia de la leyenda urbana como folklore contemporáneo y su transmisión (el mito en esta película se transmite a la luz de unas velas, casi en la oscuridad, como antaño las narraciones orales al albor de las hogueras). El protagonista, Anthony Maccoy, una joven promesa de la pintura artística escucha la historia de Helen Lyle, quien hace muchos años, se dedicó a investigar los mitos locales de la ciudad, y fue a Cabrini para buscar a Candyman.
La curiosidad comienza a llenar la mente de Anthony, quien anda falto de inspiración, necesitado de encontrar una nueva idea que transmitir con su arte. Poco a poco se introduce en un relato estremecedor que tiene sus huellas en un pasado doloroso de injusticia y sufrimiento. Anthony entonces siente que una semilla brota en su interior, una idea que se ha apoderado de él. Ya nos advertía el gran Nolan sobre cuál es el virus más potente en su película Origen, ¿lo recordamos? Una Idea. Eso es lo que infecta a Anthony (de forma literal, pues le pica una abeja cuando está realizando una fotografía). Y se puede comprobar cómo la esencia del guion firmado por Jordan Peele y la propia directora, se centra específicamente en crear esa metáfora de lo que supone la creación artística; un viejo debate sobre si los verdaderos creadores nacen del dolor y del sufrimiento, algo por supuesto muy bien traído teniendo en cuenta que Daniel Robbitale, el primer Candyman, era en su tiempo un gran pintor y el arte fue la causa de su desgracia en cierto modo.
“Helen Lyle vino en busca de Candyman, y en mi opinión…creo que lo encontró” le dice uno de los personajes principales a Anthony (como anécdota, dicho personaje se encuentra leyendo una novela de Clive Barker, el escritor que dio vida a Candyman en su relato “Lo Prohibido”). ¿Necesita el lector más pistas de por dónde van los tiros? Sí, sin duda es una película de terror y de suspense, donde hay asesinatos sangrientos, donde hay violencia tanto física como psicológica, donde se perciben esos temas sociales que tanto gustan a los adalides del wokismo, pero es que estos asuntos no son más que un mero recurso para adornar un contexto en el que ocurren los acontecimientos. Esta nueva Candyman lo que quiere es que los espectadores seamos testigos de que el mito sigue más vivo que nunca, y que se lo contemos a todo el mundo. Que digamos su nombre de nuevo ante el espejo. Nia Dacosta es consciente de donde viene esta leyenda, ha ido a buscar a Candyman para traerlo de nuevo. Y desde luego, lo ha conseguido, con un resultado excelente. ¿Os atrevéis a decir su nombre?