A propósito de Llewyn Davis, lo nuevo de los hermanos Coen [Critica]

A propósito de Llewyn Davis, lo nuevo de los Hermanos Coen [Critica]
La película número dieciocho de la filmografía como directores de Joel y Ethan Coen (después de tres años de ausencia), constituye un muy estimulante pistoletazo de salida de los estrenos cinematográficos de 2014 en nuestro país. Su premiere mundial tuvo lugar en mayo de 2013, como parte de la abultada agenda del Festival de Cannes 2013, que contó con Steven Spielberg de presidente del Jurado, donde el filme logró el Gran premio del Jurado, el más importante del festival, después de La Palma de Oro, que recayó en «La Vida de Adéle» (La vie d’Adéle, chapitres 1 & 2, Francia, 2013), de Abdellatif Kechiche.
Como en «O Brother!» (O Brother, where art you?, USA, 2000), donde los hermanos Coen nos ofrecían una relectura de la Odisea de Homero ambientada en el profundo sur de EEUU en los años 30 plagada de referencias a la música blues americana, los realizadores naturales de Minnesota, vuelven a contar con el compositor, músico, arreglista y productor estadounidense, T-Bone Burnett para la selección y relectura de piezas clásicas, esta vez de música Folk, con gran influencia del blues del Delta.
Llewynn Davis (excelente Oscar Isaac, nacido en Guatemala, tanto interpretando como cantando) es un joven músico de nombre Galés, que trata de buscarse la vida y vivir de su música en el Greenwich Village, la famosa área residencial, al oeste de Manhattan, reducto cultural y bohemio, testigo directo del renacimiento del interés por la música Folk-Rock, en los años 60 del siglo veinte. De allí surgió un músico-icono de la cultura del Siglo XX, Bob Dylan. 
A propósito de Llewyn Davis
Davis malvive de sofá en sofá, de casa en casa, de un modo casi miserable. Sin un dólar en el bolsillo, debido a que no desea vender su integridad musical, ni ceder a las modas que hacen furor (los tríos, las armonías, los coros, etc), que se hallan en las antípodas de sus intereses musicales y, por tanto, vitales. Un poco, salvando las distancias, como el arquitecto Howard Roark, protagonista de la adaptación de la novela de Ayn Rand, «El Manantial» (The Fountainhead, USA, 1948), de King Vidor. Otro personaje, en este caso arquitecto, que defiende a ultranza su individualidad e integridad aún a costa de perderlo todo y de tropezar incesantemente en la misma piedra.
Su agente no le paga los royalties (no se deja claro si porque nadie compra su música, o porque el viejo gestor lo engaña, aunque con toda probabilidad sea por la primera razón) fruto del trabajo pretérito, del dúo que formó tiempo atrás con Michael, un joven músico que se suicidó arrojándose por el puente George Washington de Nueva York. Su amiga Jean (Carey Mulligan), vinculada emocional y profesionalmente con Jim (Justin Timberlake), ya que ambos forman el exitoso dúo musical Jim & Jean, quiere abortar, por si acaso el hijo que espera sea de éste y no de Jim, debido a un furtivo desliz de ambos. Davis, al hablar con el médico que va a practicar el aborto, se entera de que Diane, el amor de su vida, que vive con otra persona, nunca llegó a consumar el suyo, hace dos años. Por tanto, Davis tiene un hijo en alguna parte. Pierde el gato que le confían sus amigos y vecinos el matrimonio Gorfein, con su hermana Joy no conecta y siempre termina discutiendo y se ve obligado a viajar a Chicago (en busca de una audición) en compañía del cantante heroinómano Roland Turner (excelente composición la de John Goodman, rostro habitual en el cine de los Coen en su sexta colaboración), y su taciturno y fumador asistente, Johnny Five (Garret Hedlund), con quienes comparte el pago de la gasolina. Dicha aventura termina de un modo un tanto caótico, a la manera que los hermanos Coen nos tienen acostumbrados. 
A propósito de Llewyn Davis, lo nuevo de los Hermanos Coen
Si uno como espectador desea ver el ascenso y la gloria de Davis y como éste triunfa de manera rotunda, lo mejor es que no pierda el tiempo en ir a ver esta película, cuyo tono y objetivos son completamente opuestos al biopic al uso, de figura musical en ascenso. A los hermanos Coen les interesa detenerse en el reverso lúgubre del sueño americano. La película comienza en el local Gaslight café, una noche de 1961. Es el momento en el que Llewyn Davis recita, filmado en primerísimo plano, de manera casi introspectiva, un tema musical de su repertorio. A partir de ahí sabemos que las canciones se integran en la tónica del relato. Termina, sale del bar y alguien le propina una paliza, por un suceso acontecido el día anterior, que ya le han reprochado dentro del local. El resto de la película ocupa los errantes e inciertos días previos a esa noche en la vida de Davis.
El personaje del músico errante protagonista, está inspirado en el cantante real Dave Van Ronk, autor junto al escritor y músico ocasional Elijah Wald, del libro biográfico The mayor of McDougal Street: A Memoir, título que responde a su sobrenombre en el mundillo musical de entonces. El libro sin duda es el punto de partida de la película que nos ocupa. Van Ronk fue una figura fundamental en el renacimiento del Folk acústico de los años 60. Mentor de Bob Dylan, y de otros tantos músicos no tan célebres, guitarra en mano, pasó años de bar en bar, de audición en audición, en busca de su gran oportunidad, embarcándose en varias ocasiones en la marina mercante. Falleció en 2002 a la edad de 65 años. 
Crítica de "A propósito de Llewyn Davis", lo nuevo de los hermanos Coen
Los Hermanos Coen afrontan la semana escasa de la miserable existencia de este, a veces arrogante y antisocial, pero decididamente simpático loser, que se pasea con su guitarra y un gato por el Greenwich Village siempre invernal, gris y helado, y la peculiar incursión a Chicago, con una puesta en escena tremendamente realista y marcadamente clásica, revestida con una fotografía apagada, pálida y descolorida, obra del excelente operador francés Bruno Delbonnell, casi en blanco y negro en ocasiones, potenciando la vida oscura y resignada de este personaje, prisionero de su pasado en su vida personal y emocional y de sus principios, en su vida profesional. Los Coen se encuentran sin duda en un momento de madurez artística plena, donde nada tienen que demostrar y donde disfrutan de manera evidente con cada trabajo. Este retrato del músico atrapado, encaja como un guante con los de otros personajes ilustres de su repertorio. Un ser un tanto asocial, aunque muy brillante en su terreno, obsesionado por el reconocimiento que, sin duda, merece, pero que no le termina de llegar, víctima de la mediocridad a su alrededor, que lo sumergen en una suerte de fatalidad tragicómica. Llewyn Davis comparte galería ilustre con Barton Fink (otro artista retratado en un muy concreto espacio de tiempo), Jeffrey Lebowski, alias “el nota”, Ed Crane, protagonista de «El hombre que nunca estuvo allí» (The man who wasn’t there, USA, 2002) o Larry Gopnik, el protagonista de Un Tipo Serio (A serious man, USA, 2009). No por casualidad, esta galería de personajes configuran su vertiente de películas más personales, es decir, aquellas que no parten de material ajeno (aunque terminen siempre reconducidas a su peculiar universo). Joel y Ethan logran un admirable equilibrio que les impide regodearse en la tragedia, pero tampoco en la excesiva comicidad, un tanto absurda de algunas propuestas previas. Sin duda, los realizadores nos ofrecen un maravilloso y poético retrato nada complaciente, aderezado con ecos de tragedia griega, tan grata a sus intereses fílmicos. Se pueden ver sin problema ciertas referencias al Ulises de Ítaca. No por casualidad el gato de sus vecinos, que lo acompaña en algunas correrías, se llama como el héroe homérico. Del mismo modo que Ulises, Davis está de alguna forma atrapado en una deriva vital de final incierto. También se pueden considerar ciertas reminiscencias al personaje de Sísifo, en concreto el de la visión de Albert Camus, en su famoso ensayo de 1942 El Mito de Sísifo (Le mythe de Sisyphe), metáfora por excelencia de la obstinación humana, complemento de la conciencia de la inutilidad o de lo absurdo del esfuerzo del hombre. Así, el Llewyn Davis diseñado por los Coen se dará de bruces una y otra vez con la implacable respuesta que la vida le dará a su incansable tenacidad por triunfar, del mismo modo que el rey de Éfira (ciudad conocida posteriormente como Corintio) estaba atrapado, por castigo divino, en la ardua labor de empujar una piedra hacia arriba, por una ladera enormemente inclinada, que de un modo u otro, siempre terminaba rodando colina abajo y vuelta a empezar… por toda la eternidad. Sísifo, cargando o empujando su piedra, fue inmortalizado en lienzo por el gran Tiziano en el siglo XVI y más recientemente por el pintor y arquitecto alemán Franz Von Stuck.
Crítica de "A propósito de Llewyn Davis"
Como muchos de los cantantes vistos desde el prisma del 7º arte, Davis es milagroso en el oficio que da sentido a su vida, con la sencilla, que no simple, combinación de la guitarra que carga de lugar en lugar y su voz. No hay más que ver la sesión improvisada ante el promotor musical Bud Grossman (excelente F. Murray Abraham), quien decide escucharlo en una improvisada sesión, ante su insistencia. Los espectadores, después de los episodios vividos previamente, pensamos que no va a ser capaz de entonar nada y entonces, desde el alma desgarrada, Davis interpreta su tema Folk acústico, majestuosamente, como si las desgracias vividas previamente, lubricasen su virtuosismo. La respuesta de Grossman será tan categórica como desoladora. Sin mover un solo músculo de su rostro afirma: “No le veo mucho dinero a eso”.
Cuando suben los créditos nos queda cierto poso de amargura, pero hemos asistido a un maravilloso desarrollo de personajes, magníficas actuaciones, una exquisita selección musical… hemos asistido a una grata muestra de 105 minutos de muy buen cine.

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