James Dean no solo fue un gran actor, sino un gran soñador. Quería ser tantas cosas como vidas hubiera en el mundo. De escultor a hombre de negocios. De torero a piloto de carreras. De escritor a director de cine. Tenía empeño y unas capacidades de sobra conocidas. Lo que no tuvo fue tiempo. La juventud quiso conservarlo para siempre.
Entre todos esos sueños hubo hueco para la música. También pasó por su cabeza la idea de ser compositor. Intentó aprender. Uno no puede hacerlo todo. Pero nos dejó algo. Sin James Dean no habría un Leonard Roseman en el cine. Sin Leonard Roseman no existirían como tales: Viaje Alucinante (Richard Fleischer, 1966), Barry Lyndon (Stanley Kubrick, 1975), Esta tierra es mi tierra (Hal Ashby, 1976)…y por su puesto: Al Este del Edén (Elia Kaza, 1955) y Rebelde Sin Causa (1955, Nicholas Ray). Fue James Dean, como alumno y amigo, quien lo recomendó a Kazan. No se equivocó.
Jimmy con Leonard Roseman |
Roseman era un compositor diferente. Había estudiado con Schönberg, escrito música dodecafónica y experimentada con la atonalidad. Su estilo distaba kilómetros del sinfonismo clásico y la tonalidad hollywoodiense. Pero también eran diferentes Alex North o Elmer Bernstein y el jazz llegó al cine para quedarse. Estados Unidos, años cincuenta del siglo XX y revolución artística, son todo una misma palabra. Leonard Roseman estuvo en el momento indicado y en el sitio adecuado a la hora perfecta.
Si nos paramos a observar de cerca a los personajes de James Dean, no nos extrañará tanto esta relación musical. Fuera de lugar. Más allá de las normas impuestas. Un sí pero no. Un signo de interrogación con chupa de cuero. Un eterno rebelde que en el fondo si tenía una causa. ¿Qué es el dodecafonismo? ¿Qué es sino la música atonal?
Al Este del Edén con Copland o Leonard Berntein, primeras opciones de Kazan, hubiera sido un clásico drama rural. Pero Roseman, sin dejar de lado el ambiente, reflejó el conflicto interno del protagonista mediante notas que, como Cal Trask, no encajan en la normalidad, dando a la película una mayor profundidad psicológica y moral. Lo mismo hizo en Rebelde Sin Causa, donde no solo se apartó de la tonalidad, sino que utilizó el jazz para mostrar la oscuridad de esos jóvenes perdidos. Quizás también del mismo Jimmy.
Un Jimmy que fue un “gigante”, y como tal terminó su carrera y su vida. Ya no hubo más Roseman. La amistad se fue alejando. Pero su último personaje, el Jett Rink de Gigante (George Stevens, 1956), cayó en buenas manos, musicalmente hablando. Dimitri Tiomkin, el ucraniano que más sabía del Oeste, compuso para él el tema más complejo de la banda sonora. De la tradición, del más puro sonido cowboy, a la orquesta del éxito. Del solitario e introvertido jornalero, al magnate del petróleo. Una evolución tan perfecta musical y narrativamente, como imperfecta en el sentido humano. Jett Rink mide los pasos de su nueva tierra. Sube al molino y observa su reino. Donde solo hay grietas, polvo y piedras, él ve riqueza, futuro. Una secuencia como resumen de una vida que en la realidad fue al contrario. Donde James Dean vio el vacío y la oscuridad, el resto del mundo vio, y seguirá viendo, una estrella con luz propia.