Árboles cubiertos de otros árboles, cubiertos de musgo. Lianas. Motitas de sol. Latidos a ritmo de cientos de percusiones. Emociones que suenan a madera. Érase una vez un musical Disney que no llevaba la marca de Alan Menken. Érase una vez Phil Collins, su batería y su estilo característico. Érase una vez Mark Mancina, aquel que arreglara las canciones de El Rey León. Érase una vez Tarzán como nunca ante lo habíamos visto… y oído.
Acción, aventura, emoción y comedia. Intensidad. Escalar, patinar entre las ramas, luchar contra fieras salvajes, explorar la jungla, jugar, descubrir, aprender. De la primera a la última nota. Del primer al último golpe de percusión. Phil Collins y Mark Mancina nos hacen temblar con su música tanto como el grito de Tarzán. Un musical diferente, alejado del estilo “Sirenita” de Menken, y con bastantes reminiscencias de El rey león (no solo en el apartado musical, en el que comparte a Mancina). Cuyas canciones flotan en el limbo que separa la diégesis de lo incidental, y cuyo ritmo te empuja al mismo corazón de la selva. Disney se cuelga de la liana sin pensarlo dos veces, con la agilidad, fuerza e intensidad que requiere una aventura selvática como la de Edgar Rice Burroughs.
Tarzán habla, pero solo con los animales. No entiende el lenguaje humano. ¿Cómo hacerle cantar? Podría… Disney es experto en ello. Mowgli tampoco hablaba humano y cantaba con sus amigos de la selva. Cantar es de “lo más vital”. También Bambi y tantos otros animales. Hasta el mobiliario de La bella y la bestia, con la que tanto en común tiene esta historia (cameo incluido de la señora Pots y su hijito Chip). Pero Tarzán es diferente. En todo. Fuerte, ágil y veloz. Cómo Hércules, dirán algunos, y Hércules cantaba. Pero no. Tarzán es un personaje Disney especial, diseñado con más esmero que ningún otro (en París, ni más ni menos). Por eso su voz tenía que ser distinta. No sale de su garganta, sino de su corazón, vía traducción simultánea de Phil Collins. Voz a su vez de Kala, madre gorila, la única capaz (porque es madre y las madres lo pueden todo) de cantar unas notas para que esa otra voz abrace el mismo amor. Voz de ese otro mundo desconocido.
Pese a que Tarzán solo hablaba gorila, y más tarde unas pocas palabras humanas, Phil Collins cantó por él en varios idiomas (era la primera vez que lo hacía en un idioma que no era el suyo): inglés, español, alemán, francés… No buscaron sustitutos. Los sentimientos son universales, y la personal voz de Collins: perfecta. Con ella nos contó –y cantó- la evolución del personaje (“Hijo de hombre”), sus dudas (“Dos mundos”), confusiones, descubrimientos y aprendizajes (“Lo extraño que soy”)… el amor (“En mi corazón vivirás”). Tarzán ponía los gestos, expresiones y sentimientos. Phil Collins la voz.
Y no solo con su voz. Phil Collins demostró que es uno de los mejores baterías de la historia en el tema “Desbaratando el campamento”, donde hace de cualquier objeto un instrumento de percusión: una máquina de escribir, muelles, sillas, libros, papeleras, mesas, platos, cubiertos… una canción secundaria como los personajes que la interpretan. Y como todo secundario de Disney que se precie, una gran, digna y animada robaescenas.
Si a todo ello el unimos la música instrumental de Mark Mancina, igualmente llena de fuerza, tensión y exotismo selvático; y complemento perfecto de las canciones gracias a los arreglos de Dave Metzger (arreglista de Frozen y Aviones entre otras) y David Campbell (arreglista de Brokeback Mountain, Patch Adams, Amores perros…), nos queda una banda sonora apasionante (el inicio, con la percusión de Collins y los acordes previos a la canción es simplemente genial) a la vez que tremendamente comercial.
“You’ll Be in My Heart” (“En mi corazón estarás”) ganó el Oscar y el Globo de oro a la mejor canción, la banda sonora ganó el Grammy, y Tarzán se ganó un lugar de honor, por diferente, en la historia de la música Disney. Dos compositores y una misma banda sonora llena de emoción, seguidores acérrimos y detractores, un solo personaje y DOS MUNDOS.